EDITORIAL
A quince años de un cambio global
El mundo, como se conoce y se vive actualmente, comenzó hoy hace quince años con la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York y la demolición de un sector del Pentágono en Washington. Se puede considerar como el inicio político mundial del Tercer Milenio de la era cristiana. El tiempo pasado permite cada vez más el análisis exhaustivo de los acontecimientos previos y a largo plazo en el escenario global, porque es la fecha simbólica en que terminó la breve etapa histórica iniciada con el precipitado fin de la Unión Soviética.
Con el derrumbe de esos edificios y la muerte de dos mil 996 personas, la mayoría de ellas en Nueva York y las otras en la fortaleza militar de la capital estadounidense, irrumpió la etapa en la cual Occidente debió enfrentar el inicio violento de ver y sufrir la realidad del mundo musulmán extremista en sus condiciones actuales, multiplicadas y afianzadas con el paso de los años siguientes. Lo que en la cultura occidental es una etapa histórica ya superada hace siglos, es decir la relación directa entre política y religión, de pronto se presentó de nuevo de la misma manera como de hecho ha permanecido en el enorme territorio mundial ocupado por los musulmanes fundamentalistas.
La tragedia del 11 de septiembre del 2001 puede ser analizada desde numerosos puntos de vista, pero uno de los que más sobresalió ante esos acontecimientos fue la reacción de los hombres y mujeres de la calle que mostraron un alto sentido humanitario.
Hubo quienes incluso se sacrificaron en la búsqueda de rescatar a víctimas, como el caso de integrantes de los cuerpos de socorro. Es justo señalar que en los atentados terroristas similares ocurridos en otras partes del mundo —por ejemplo, la estación ferroviaria de Atocha, en Madrid, o en el ataque en Francia, hace pocos meses— también el repudio y la solidaridad han estado presentes.
La vida en el mundo occidental es distinta a la anterior al 11 de septiembre del 2001. Entraron los criterios de la lucha contra el terrorismo en las facetas de evitar nuevos atentados a víctimas contadas por miles y la conciencia de que ante ese flagelo no puede haber un refugio. Y el avance en el número y audacia de los hechos criminales de este tipo obligan a que los ciudadanos identificados con la cultura occidental se den cuenta de que buena parte de esos ataques se basan en una antojadiza interpretación de textos sagrados asumidos por fanáticos.
Como ocurre con todos los hechos históricos, el paso del tiempo permite desvelar verdades que al principio son desconocidas o han sido escondidas. En casos como este, quince años constituyen un tiempo suficiente para constatar cambios cruciales para la humanidad, como las posteriores operaciones militares estadounidenses en el Medio Oriente y el involucramiento de otras naciones en esa cruzada. De lo que no cabe duda es que los atentados del 11 de septiembre constituyeron un ataque a los valores de la cultura occidental, y en memoria de tanta víctima inocente también debe ser permanente la condena hacia esas atrocidades.