PERSISTENCIA

Aduaneros de la realidad literaria

Margarita Carrera

|

El tema del realismo e idealismo en literatura no tiene mayor sentido. En verdad no hay autentica literatura que no refleje —como un espejo inclemente y fiel— la realidad, y no conlleven, al mismo tiempo, una enorme carga de idealismo (subjetivismo, lirismo).

Los propulsores del “realismo” en el campo de la literatura, que apenas ahora afloran al mundo centroamericano, tienen la falsa concepción de que “la realidad social, por espantosa” juega a favor del artista, y así basta con que aparezcan “en sus obras indios, llaneros, negros, gauchos y, más ocasionalmente, el hombre pobre de las ciudades, para que se le inscriba en las filas del realismo y de la justicia” (Adaum).

Esta postura ya está siendo descartada por los actuales escritores hispanoamericanos, quienes –conscientes de su papel de “testigos” de una circunstancia personal muy propia, dentro de un marco de una historia y una geografía que los ha conformado– ya no la aceptan.

Y es que los creadores no pueden seguir consignas de ninguna clase. Jamás lo han hecho. El primer requisito para su labor es la libertad, y si bien ellos lanzan a menudo sus propias consignas desafiantes y organizan “corrientes” y “escuelas”, lo hacen porque se rebelan en contra de las “consignas” y “escuelas” de creadores anteriores, que les quieren imponer un ser que ya no puede ser “su ser” y un estilo de “quehacer” que ya no les va, que ya no puede ser su estilo de “quehacer”.

A Pablo Neruda, por ejemplo, lo quisieron gobernar inculcándole que el realismo está ligado inevitablemente a la llamada “literatura al servicio del pueblo”, y lo quisieron aferrar al “compromiso”. En vano. Al principio, el bueno de Pablo trató de ajustar su paso a la marcha inflexible y quiso ser artísticamente sectario. Deseó echar al olvido la estupenda poesía amatoria y surrealista de su primera época. A pesar de su buena fe, de su voluntad, pronto se rebeló contra esta imposición. Y después de largos años de búsqueda y lucha, entrado en la plenitud de la madurez, se lanza a confesarnos en su poema “La verdad”: “Os amo, idealismo y realismo,/ como agua y piedra/ sois/ partes del mundo” Para luego atacar sarcásticamente al pueril realismo: “Vino una vez a verme/ un gran pintor que pintaba soldados./ Todos eran heroicos y el buen hombre/ los pintaba en el campo de batalla/ muriéndose de gusto./ También pintaba vacas realistas/ y eran tan extremadamente vacas/ que uno se iba poniendo melancólico/ y dispuesto a rumiar eternamente”.

Y rechazado el “ser cuadrado” de todo dogmático, ordenado y disciplinado como inclaudicable militar, nos dice desafiante: “Soy decididamente triangular” aceptando de nuevo a Lautréamont (“Lautréamont reconquistado”) y confesándonos que su primer “libro Crepusculario se asemeja mucho a alguno de mis libros de mayor madurez…”

Porque el arte es otro mundo. Allí no caben consignas de partidos ni dogmatismos de ninguna especie. El artista es siempre un rebelde, un revolucionario. Es el eterno decidor de “realidades”, pero de realidades profundas que nos llevan a la esencia de lo humano, que nos quitan la máscara, que develan nuestro ser. En él no hay escamoteo.

Martínez Estrada, cuando fue invitado a una de las Universidades de Rusia, logró convencer a los estudiantes que los escuchaban en una de sus conferencias, que Kafka es un escritor infernalmente realista, y que cabalmente llega a este realismo a través del “absurdo”, que su realidad es tan real e intensa que toca a todos los habitantes de este planeta. Descubrí que los escritores realistas, siendo ingenuos, habían ocultado la realidad con su realismo.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: