PUNTO DE ENCUENTRO

¡Ala madre!

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Estaba sentada en una cama con una bebé en los brazos. No tenía más de 11 años y hacía un enorme esfuerzo por amamantar a la pequeñita que no dejaba de llorar. Eran dos niñas, pero una era la madre. Junto a ellas se encontraban otras cuatro adolescentes de menos de 14 años con sus bebés. Cinco camas y cinco cunas en una habitación de un centro de refugio para víctimas de violencia sexual. La imagen me quedó grabada.

Las violaciones a niñas, adolescentes y mujeres siguen siendo la constante en Guatemala. El Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva (Osar) presentó su último informe basado en el registro de nacimientos del Renap, que recoge y sistematiza la información sobre los niños nacidos vivos en el primer trimestre del año. Entre los meses de enero a marzo se contabilizan 687 nacimientos de bebés con madres de entre 10 a 14 años de edad. Todos producto de una violación sexual. Además, 20 mil 422 nacimientos corresponden a adolescentes de entre 15 y 19 años.

Se estima que solamente el 13% de los casos de violencia sexual derivan en embarazos, lo que supone una enorme cifra de niñas abusadas, que por no resultar embarazadas ni siquiera están en los registros y no reciben atención. El año pasado, por ejemplo, fueron 83 mil los partos de adolescentes, de los cuales dos mil 947 correspondían a niñas de entre 10 y 14 años. Y aunque hay avances legales, queda un enorme camino por recorrer para que este país deje de ser un lugar en el que las violaciones sexuales se consideren “naturales” y parte de la “cultura”.

El problema se acrecienta cuando se obliga a una niña violada a asumir una maternidad que no fue buscada ni deseada. El informe “Niñas madres. Balance Regional embarazo y maternidad infantil forzados en América Latina y el Caribe”, de la organización Cladem —que recoge información de 14 países— explica cómo contra las niñas que sufrieron violencia sexual se cometen tres tipos de violaciones a sus derechos: la primera, imponiéndole una relación sexual no deseada. La segunda, al obligarla a llevar a término un embarazo que no buscó,? y la tercera, al obligarla a ser madre contra su voluntad.

La estigmatización contra las niñas y jóvenes abusadas —hayan quedado o no embarazadas— las coloca en una situación de enorme vulnerabilidad y de revictimización constante, y las aleja de cualquier posibilidad de retomar su vida y gozar de derechos elementales como la educación. Tristemente hemos avanzado muy poco en ese sentido.

Además, no todos los abusos se denuncian y cuando se acude a la justicia, los procesos no terminan en una sentencia condenatoria. Los números no mienten, la impunidad sigue siendo altísima y se ha convertido en la mejor aliada de la violencia machista.

En la medida en que desde los organismos del Estado las instituciones públicas, las iglesias, las escuelas y los medios de comunicación no se comprendan y se propicie el abordaje integral que debe hacerse sobre la violencia sexual y se continúe promoviendo un discurso que la naturalice, propicie los estereotipos y roles diferenciados para hombres y mujeres, convierta a las víctimas en las culpables de las agresiones y violaciones (¿aló, ministro de la Defensa?) y refuerce la idea de que las mujeres somos objetos en propiedad, este flagelo seguirá creciendo como la espuma.

Muchos sentimientos encontrados en un día como hoy —10 de mayo— y en un país como Guatemala. Son nuestras mujeres y nuestras niñas las que están siendo ultrajadas, ¿acaso no tenemos nada que ver y nada que hacer?

@MarielosMonzon

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