CABLE A TIERRA

Aliarse o sucumbir

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Amo a Honduras como se ama a un hermano de sangre. Creo que somos los dos países más parecidos entre sí en Centro América. Nuestros destinos están tejidos por similar historia, geografía y gentes. Compartimos sueños y, ante todo, infortunios; somos dos caras de un mismo espejo teñido de rojo. Dos de los cinco dedos de la mano centroamericana que soñó Francisco Morazán; sueño que caudillos decimonónicos se encargaron de destrozar, condenando a este bello istmo a nunca forjar un auténtico y mejor destino común.

Compartimos también la profunda vocación antidemocrática de sus élites. Si por ellas fuera, viviríamos todavía como en la Colonia, con señores dueños de tierras despojadas a la población originaria y encomiendas de indios para que las trabajen. Los procesos democratizadores y pacificadores de los años ochenta del siglo pasado, precondición para insertarse en la globalización económica, fueron un mal necesario al que fueron forzados, y no una oportunidad para liderar la tardía modernización de nuestras sociedades.

Quienes estamos convencidos que la democratización de la política y la economía si pueden darle un porvenir distinto a las sociedades centroamericanas, vemos como el miedo de las élites a la democracia liberal les ha llevado a extremos como los que vemos en Honduras, donde hace casi una década, derrocaron a un presidente electo por las mismas razones que hoy consienten que otro modifique la Constitución sin aval del pueblo y use el proceso electoral y al propio Tribunal Supremo para forzar su reelección. Pero ni la élite ni el caudillo contaban con que la gente iba a defender su derecho a la democracia y rechazaría en las urnas una reelección sin base popular.

Hay esperanza porque la gente no se ha rendido. De eso deriva una importante lección para nosotros en Guatemala. Somos los ciudadanos, nadie más, quienes debemos poner un hasta aquí a esta situación. Manifestarse y movilizarse sigue siendo imperativo para hacer valer nuestra voz. Claro, no es suficiente y por eso, también hay que agruparse, organizarse y aliarse para hacer frente al Pacto de Corruptos. Hasta ahora, hemos permitido que nuestras desconfianzas mutuas predominen frente a las necesidades estratégicas del momento. El tiempo apremia para elecciones clave. En Honduras, en cambio, lograron armar una alianza que hizo contrapeso efectivo al partido de gobierno. Por eso, urge que alguien de pronto el primer paso y convoque a forjar una alianza o ganarán la batalla en el ruedo electoral.

Está claro también que la élite económica hondureña decidió apoyar a quien ofrecía menos riesgo político y mayor “estabilidad” al sistema. Consiguieron solamente despojar al Tribunal Supremo Electoral del último aire de legitimidad que le quedaba. En Guatemala, también respaldan a sus corruptos constituidos en un Pacto que también “defiende la institucionalidad”; otro error craso cuando lo que tenemos ya no le sirve ni al propio sistema.

Finamente, el factor externo, tan determinante para nuestros países: ¿cómo responderá la comunidad internacional que tutorea el Triángulo Norte frente al retroceso democrático en Honduras? Se aplicará aquello de “más vale malo conocido que malo por conocer”, y se dejará pasar el asunto, apostando a la estabilidad a la vez que se sacrifica la credibilidad de la lucha contra la corrupción en la región? ¡Capaz que al Pacto de Corruptos de Guatemala se le ocurre imitar el ejemplo hondureño! Por eso, y más allá de solo solidarizarnos con los catrachos, los ciudadanos de Guatemala debemos vernos en ese espejo y ponernos ya las pilas frente a lo que se viene en 2018.

karin.slowing@gmail.com

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