LIBERAL SIN NEO

Calvarios de un pequeño marchante

Mario y su esposa tienen una pequeña tienda, en su casa, en un pueblo de una municipalidad del departamento de Guatemala. Él trabaja en una granja por las mañanas, a la que se desplaza en bicicleta, regresando a casa, y en la tienda, por la tarde. Su inventario para la venta es típico de una pequeña tienda de pueblo, como gaseosas, jugos, golosinas, frituras, aceite de cocina, huevos, frijol, arroz, maíz, productos enlatados y frescos, como pollo y salchicha, merced del refrigerador que compró a plazos. Tiene  un rótulo de “fiado murió, mala paga lo mató”, adagio que confirmó con experiencia y pérdida de amigos. Como otros tenderos y vecinos del pueblo, aguantan con la cuenta de energía eléctrica, pero se queja del exorbitante cobro municipal por alumbrado público, con el que no cuenta y es un vil robo, opina.

Por esta época del año, a Mario le toca pagar y renovar la licencia de su tienda. Usualmente, el trámite es sencillo; presentar boleto de ornato y pagar Q200 en la MiniMuni del pueblo, pero este año se complicaron las cosas por “nuevas disposiciones”. Le informaron que tendría que ir a la cabecera municipal para efectuar el pago. Pidió permiso en el trabajo y se fue temprano en la camioneta a la cabecera municipal, a poco más de una hora de distancia. Ya en la Muni, se presentó a la ventanilla de Asuntos Públicos, donde le informaron que tendría que renovar toda su papelería, le entregaron un formulario y una lista de requisitos por cumplir, incluyendo fotocopia de la escritura del terreno, recibo de extracción de basura, tarjeta de salud, licencia sanitaria, actualización de RTU, NIT, fotocopia de DPI y boleto de ornato.

La fotocopia de la escritura del terreno fue toda una aventura, ya que su abuelo adquirió la propiedad hace más de sesenta años, la repartió entre sus hijos, quienes la repartieron entre los nietos, pero Mario lo logró después de varias vueltas y pagos con licenciado. Fue a un laboratorio para que le hicieran examen de heces y sangre, para la tarjeta de salud. Lo tuvo que repetir porque el laboratorio no estaba en la lista de los autorizados. Esto le parece irónico a Mario, ya que no es él, sino su esposa, quien mayormente despacha en la tienda y hace ojo pache, diciendo que esto queda entre nos.

En su cuarta visita a la cabecera municipal, al puesto de Salud, llegó a las 8.30 horas y le informaron que el médico solo está de 7 a 8 horas, que andaba vacunando perros y que llegara otro día. Luego de varias llamadas telefónicas, le comunicaron que llegara en 15 días, a una charla que daría un licenciado, sobre la manipulación de alimentos. Esto requirió un quinto viaje a la cabecera municipal, para escuchar una charla de una hora, junto a unas cien personas. En la sexta visita, presentó fotocopia del papel que firmó el licenciado, junto con un croquis de la localización de la tienda.

La papelería se quedó en el puesto de Salud, pendiente que inspectores visiten la tienda y tomen fotos. Mario confía en que ya cumplió con todos los requisitos, que no habrá más y tiene esperanza que posiblemente le den la licencia sanitaria y se le permita hacer el pago, que es donde empezó todo su calvario. Le preocupa que está acostumbrado a pagar Q200 al año, pero le informaron que ahora puede ser desde Q120 hasta Q6 mil, a discreción de la Muni. Se ríe con sarcasmo, porque sabe lo que quiere decir “a discreción de”. Lo que más risa le da a Mario es que se enteró que el alcalde piensa gastar Q98 mil para celebrar el día del maestro, cosa que no le parece correcta. Está bueno pagar impuestos, dice, pero no para eso.

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