BIEN PÚBLICO
Carta a los políticos lejanos
Este 15 de septiembre, por primera vez en mis 42 años de vida, celebré con júbilo. Fuimos con mi esposa y mis hijos a protestar contra ustedes y contra lo que representan. Lo hicimos frente al Palacio de Gobierno y en las puertas del Congreso de la República. No tengo, como otros ciudadanos, buen acento para las malas palabras, pero les grité a todo pulmón lo que ustedes son a mi juicio: ¡Traidores del pueblo! ¡Sinvergüenzas! ¡Proxenetas y asesinos de nuestra democracia niña!
Me alegró mucho encontrarme en las calles con las personas y familias que siempre hemos coincidido desde 2015, pero me animó mucho más ver caras nuevas, de personas desconocidas con quienes hemos unificado consignas que hoy son la semilla de una nueva voz colectiva. Seguramente, como siempre, están ocupados en sus negocios, en sus transas y en sus financistas privados, ustedes, los políticos lejanos no han advertido que en 2015 dejamos de tragarnos callados y de mal modo el enojo cotidiano por todos los atropellos que suceden en este país —hambre y desempleo, violencia e inseguridad, muertes arbitrarias, impunidad y corrupción— y nos decidimos a explotar hacia fuera, a tomar las calles y sumarnos a una plaza con personas de todas la edades, razas y clases sociales, que contagian una esperanza y alegría que enchina la piel. En esa Plaza lo que tenemos claro es que de ahí no saldremos hasta que florezca una democracia verdadera.
Ustedes, los políticos lejanos, sin ideología, solo se representan a sí mismos y a los pocos satisfechos con esta realidad, una gavilla de mafiosos. Se han olvidado del pueblo, de las personas que les han confiado con su voto —de manera consiente o basado en la ignorancia— la poca esperanza que les queda entre penas e incertidumbres. Ustedes, desde el Ejecutivo y Legislativo, desde los gobiernos locales, construyen una nación basada en la corrupción y la impunidad. Amparados en la opacidad, han hecho de lo público su negocio privado. Descarados, se recetan bonos que los hacen más indignos frente a tanta pobreza. No han hecho nada para proteger a las niñas, niños y patojos. Nada por el ciudadano común.
Siempre lejanos, invocan a Dios mientras maquinan nuevos caminos para prostituir el poder público que les dimos. Incluso han intentado destruir la lucha por la justicia. Con mañas de tramposos, han intentado declarar non grato para el Estado a quien por mandato tiene que limpiar las alcantarillas en las que ustedes, junto a sus familias y secuaces, han decidido vivir. Cínicos como son, han llamado terroristas a quienes en paz y respeto hemos tomado las calles en los últimos días para exigir lo que es nuestro: la patria, esa tierra mejor y sin harapos por la que tantos han gastado la voz, los años y hasta la vida.
Ustedes creyeron que nada cambiaría. Que lejanos también están los estudiantes, las amas de casa, los obreros, los académicos, los campesinos y los empresarios. Pensaron que en nuestras distancias sería difícil encontrarnos semejantes. Pero calcularon mal, porque este miércoles 20 nos sumaremos al paro nacional. Caminaremos cercanos en los pasos, en el enojo y en las ideas. Próximos en la esperanza. Compartiremos el agua, la sonrisa, el abrazo y el himno, como lo hemos hecho desde que salimos a la calle para defender la democracia. Dejaremos vacías las oficinas y fábricas, los institutos y las casas para arrimar el hombro a los que estén cansados. En esa patria nueva no caben ustedes, traidores. El miércoles pediremos el fin de la inmunidad para algunos y la renuncia para otros. Así vamos a empezar.
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