PERSISTENCIA

Casa tomada, de Cortázar

Margarita Carrera

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Casa tomada, de Cortázar, es uno de los cuentos más comentados por la crítica hispanoamericana. Asimismo, uno de los cuentos leídos con mayor fervor.

¿Qué es lo que atrae tanto en Casa tomada? ¿Por qué este deleite casi morboso de su lectura?

Para responder a estas interrogantes, es oportuno observar que, en la Historia de la Literatura Universal, existen ciertas obras en las que recae la insistencia del estudio, de la lectura, del comentario. Dos ejemplos: Edipo Rey, de Sófocles, y Hamlet, en Shakespeare. Se da algo en ellas, además de su suprema belleza, que atrae inconscientemente a lectores y a críticos. Sin ir más lejos, se ha hecho hincapié en que ambas obras giran alrededor de un tema fascinante: el del incesto.

Esto mismo ocurre en Casa tomada, de Cortázar. Atrae por algo íntimo que golpea, que despierta cierta morbosa curiosidad. Esto, sin duda, porque hay un fondo de incesto que gobierna la obra a través de la penumbra fantástica.

Uno de los críticos de Literatura Hispanoamericana más connotados, Seymour Menton, desconcierta cuando afirma que Cortázar, en Casa tomada, creó “una metáfora inolvidable de la Revolución que triunfó en Cuba hace años. “…algunos críticos han rechazado la interpretación revolucionaria, prefiriendo un análisis más psicológico o arquetípico…”.

Pero, ¿es que existe una “interpretación revolucionaria” para la obra literaria? ¿No será, acaso, una interpretación sociológica-marxista? Cortázar, en esta narración, como en el resto de su obra, se sale de todo “compromiso”, de todo “dictado”.

Casa tomada ha de enmarcarse dentro de la literatura fantástica, pues tiene un trasfondo de misterio de absurdo, de leve espanto. Su contenido es el siguiente: dos hermanos solterones, hombre y mujer, viven solitarios y ajenos al mundo en un caserón de Buenos Aires. Ella teje, él hojea álbumes de estampillas, lee; ambos se dedican a su quehacer pacíficamente.

Nada los acosa. Su vida se desliza con suavidad de lejanía y silencio. Un día, a las ocho de la noche, él se dirige al fondo para preparar el mate. Entonces oye algo. Cuando regresa al lado de su hermana le anuncia sin mayor alteración: Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo”. Con resignación, disponen ocupar únicamente el sector delantero. No se sabe quiénes son los que han tomado “la parte del fondo”. La palabra fantasma no se menciona, mucho menos una más real: ladrones. Otra noche, al doblar el codo del pasillo, el episodio se reitera. Cierran y se dicen: “Han tomado esta parte”. Huyen. Echan llave al portal. No pueden rescatar ninguna pertenencia. El ciñe con su brazo a su hermana, pero antes de alejarse de la casa, arroja la llave a la alcantarilla: “No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”.

En ningún momento se menciona lo sobrenatural. Pero quienes toman la casa son seres misteriosos, indefinidos. Sin un toque de aclaración, de pronto Cortázar se remite a lo fantástico y lleva al lector a lo que Borges llamaría “el vértigo”.

La interpretación de este cuento, desde el punto de vista del psicoanálisis freudiano, sería este: el caserón símbolo de vientre materno o del paraíso terrenal. Dentro de él viven una mujer y un hombre solterones. Son hermanos. No se dan a conocer ni sus emociones sin sus pensamientos. No hay diálogo. El silencio es factor importante para resaltar una atmósfera de misterio. Una noche sucede lo inesperado o lo ya esperado por los habitantes de la casa: serán desterrados por invasores enigmáticos del caserón. Estos invasores representan sus instintos, en este caso, su sentimiento de culpa. La expulsión da lugar a pensar en un castigo misterioso y supremo, venido de un más allá, fuera de la realidad cotidiana. Se presiente el castigo por algo morboso, prohibido: el incesto.

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