PERSISTENCIA
Ceguera de los eruditos helenos
Si aceptamos a Homero no solamente como poeta, sino como filósofo, se anula de inmediato la inquietud de los eruditos helenos sobre el discutido hecho de que, al decir de Jaeger (Opus cit.), “(…) la filosofía griega empezará con los problemas de la naturaleza y no con los relativos al hombre (…)”. (“El pensamiento filosófico y el descubrimiento del Cosmos”). He de insistir que la filosofía griega, que (según he comprobado) se inicia con Homero, se centra fundamentalmente en el hombre, siendo, por ello, “antropocéntrica”, más que “teocéntrica”. La “physis” o naturaleza homérica, representada en su mitología, gira, siempre, alrededor del humano.
Así, los dioses (=fuerzas y leyes de la naturaleza y de la psyche o alma que rigen al hombre), tendrán su realización y razón de ser en cuanto beneficien o perjudiquen al ser humano. La preocupación filosófica homérica es el hombre que vive y mora por un breve instante en el tiempo y en el espacio. La psyche o alma unida íntimamente al cuerpo, no tiene “vida” propia, tampoco esperanza alguna después de la muerte. El mito homérico encierra, de manera simbólica, con alcances científicos inusitados, las más avanzadas investigaciones de nuestra era freudiana.
La filosofía griega no evoluciona, como creen los filósofos académicos ajenos a la poesía, hacia el proceso lógico y racional, pues sin necesitar de ninguno de estos dos elementos, claves para el academicismo, ha descubierto verdades eternas por medio de la épica homérica. Ahora bien, el héroe homérico no ha de ser estudiado únicamente desde el punto de vista de una teoría racional, lógica y filosófica, sino también desde el punto de vista de una teoría psicoanalítica. Porque se trata del hombre con todo su drama existencial, actuando y creando en este mundo, único en el que se realizará a plenitud; que no en un mundo del más allá, ilusorio en donde vive su alma (separada del cuerpo), de manera inmortal.
Claro que esta última creencia nace de la necesidad psicológica del humano en su imperioso deseo de inmortalidad. No se ha de considerar, luego, “(…) la historia de la filosofía griega como el proceso de progresiva racionalización de la concepción religiosa del mundo implícita en los mitos (…)”, según apunta Jaeger y demás historiadores de la filosofía, sino como un enfrentamiento radicalmente opuesto entre la postura filosófica presocrática y la postura filosófica socrático-platónica; esta última empezará a gestarse siglos después de Homero: VII y VI a. de C.
El llamado “pensamiento racional” (que se desliga anticientíficamente de lo irracional instintivo del humano) tendrá su origen en una época de crisis de valores, en el cual surgirá una necesidad más profunda de la creencia en el inmortalidad del alma, que ya no será una sombra de un Hades tenebroso, sino todo un ser radiante en un lugar luminoso (como los “Campos Elíseos” que ya anuncia Homero en la Odisea), el cual vendrá a ser o bien el “Topos uranos” platónico, o un “más allá”, en donde un Ser Supremo, único, impartirá justicia, premiando a los buenos y castigando a los malos.
El humano será dueño de estas cualidades de bondad y maldad, siempre que dedique esta vida a la filosofía, apartándose de todos los placeres que ofrece la “physis”. Nace de esta forma, una nueva “areté” desconocida por Homero: el ascetismo o la renuncia al mundo de la “physis”. Ello da lugar al surgimiento de un nuevo mito: el mito del “alma inmortal” que -a pesar de la dialéctica socrático-platónica- no puede ampararse en pensamiento científico alguno.