MIRADOR
Bukele, China y las redes sociales
Que el presidente Bukele es un “mago de las redes” está fuera de duda. Un tuitero milenial que sabe cómo encandilar al ciudadano moderno, más pendiente de lo inmediato que active sus emociones que de reflexionar algunos minutos lo que seguramente le cobrará el futuro.
' Vivimos una época de presidentes tuiteropopulistas con el mismo fin: llamar poderosamente la atención.
Pedro Trujillo
Vivimos una época de políticos tuiteropopulistas que, aunque con modos diferentes, pretenden —y consiguen— el mismo fin: llamar poderosamente la atención. El pionero fue Trump, pero luego se subieron al carro mediático-festivo Bolsonaro, López Obrador, Bukele y, más recientemente, Evo Morales, o nuestra estrella nacional: Neto Bran. Saben que el ciudadano promedio dedica a pensar un tiempo similar al que utiliza para cepillarse los dientes, y el resto son emociones que se pueden manejar. De esa cuenta se despide a funcionarios por Twitter, se explica la salida del país de foros internacionales en el Facebook o el impeachment se conoce a través del Instagram. Juvenal nunca intuyó que su famoso panem et circenses llegaría al siglo XXI de esta pintoresca forma.
Es así como el presidente de El Salvador anunció su colaboración con China y mostró algunos ofrecimientos del país asiático que contribuirán “al desarrollo y al progreso social”, famosa frase que gusta a no importa qué político. Sus seguidores —y tiene 1.2 millones— entran en éxtasis y aplauden los logros políticos de su líder a la vez que refutan cualquier argumento de sus oponentes. En definitiva, gustan reconocer y considerar cómo un país comunista —¡sí, de esos que se imponen autoritariamente a sus ciudadanos!— termina por doblarle el codo a uno de los “pulgarcitos del mundo” con ofertas tales como edificarles un estadio o una biblioteca con grandes ventanales. ¡Oh, maravilla!, tanto repetir lo del plato de lentejas entre Esaú y Jacob y dos milenios después lo único que cambió fue la legumbre por llamativas y modernas construcciones.
China es una dictadura comunista, a ver si terminamos de entender las cosas. Justamente uno de esos regímenes que la mayoría de gobernantes rechazan por antidemocráticos, aunque solamente, y al parecer, durante la campaña electoral. Los mismos que imponen a sus ciudadanos normas medievales o salarios de miseria, además de un fiel adoctrinamiento. Gobiernos que matan a disidentes previos juicios sumarísimos sin ninguna garantía de ley o les dicen cuántos hijos tener o qué hacer con los “sobrantes”. Estados que cierran sus fronteras y crean una prisión llena de habitantes a quienes presionan, imponen y conducen. En definitiva, una especie de genocidio político consentido del que no gusta hablar desde el de la revolución rusa, que exterminó a 20 o 30 millones de personas, cifra aún sin definir, lamentablemente. De la China se sabrá en su momento, quizá allá por 2100, al ritmo que vamos.
Es curioso cómo progres que se autoproclaman socialdemócratas y antineoliberales argumentan justamente el poder económico chino como referente para negociar. No entienden que a un mercado de 1,500 millones de habitantes no le interesa para nada un país pequeño de apenas seis millones, de los que un tercio son migrantes en USA, además de no tener capacidad de producción masiva. Lo que China busca es un espacio geopolítico que le sirva para confrontar a los EE. UU., como antes lo hizo la URSS —analicemos aquella Europa del Este—, y así lograr un posicionamiento geoestratégico ventajoso, con base militar incluida. Cuando los tuiteros salvadoreños se enteren —o quizá sus hijos o nietos— no habrá mucho qué hacer, como ocurre en otros países latinoamericanos y, especialmente, africanos.
Pero, bueno, igual suben esto al Twitter para que los apasionados le den “like” o se encabronen. ¡Vivan las redes y las emociones!