LA BUENA NOTICIA
Canastos de gracia y perdón
Los evangelios narran numerosas acciones portentosas que Jesús realizó. Curó enfermos, sanó paralíticos, dio vista a ciegos, limpió leprosos, hizo hablar a los mudos, expulsó demonios y hasta devolvió la vida a algunos muertos. Todas estas acciones devolvieron salud y vida a personas. Pero hay otros portentos de Jesús que tuvieron su realización en realidades físicas: calmó una tempestad, convirtió agua en vino e hizo abundar alimentos escasos para saciar multitudes. El relato de la multiplicación de los panes y los peces fue particularmente importante en la valoración de los evangelistas. El episodio se narra seis veces en los cuatro evangelios. Según Mateo y Marcos, Jesús habría realizado el portento en dos ocasiones diversas.
Para los evangelistas, el relato cuenta un hecho real. Desde hace un par de siglos, aquellos estudiosos de la Biblia más influidos por el racionalismo académico atribuyen al relato un significado simbólico, metafórico, o le dan una explicación ajena a la lógica del relato. Esto último es frecuente desde hace unos sesenta años entre algunos católicos. En realidad, dicen, Jesús no habría multiplicado panes y peces para saciar a la multitud, sino que habría motivado la generosidad de sus oyentes. Lo que realmente ocurrió fue que cada uno compartió con su vecino las provisiones que había traído en previsión de los días que iban a estar participando en la gran acampada, a la que Jesús, como si de un predicador contemporáneo se tratara, los habría convocado para participar en un gran encuentro de sanación y conversión en un paraje despoblado.
' Jesús tomó cinco panes y dos pescados, oró sobre ellos, los partió y los dio a los discípulos.
Mario Alberto Molina
Pero esa interpretación no se ajusta al relato. Jesús no convocó a ninguna multitud a una campaña de evangelización en campo abierto. Al contrario, la gente se enteró de que Jesús se había retirado con sus discípulos a un lugar apartado para descansar e instruirlos, y sin respetar la “privacidad” de Jesús, irrumpió en su tiempo de descanso. Jesús no se perturbó de que la impertinencia de la gente le hubiera trastornado sus planes. Al contrario, les tuvo compasión, los acogió y los instruyó. Al concluir el día, los discípulos se preocuparon de que caía la noche, la gente no tenía provisiones y ellos no tenían recursos para alimentarla. Si como sugiere la interpretación solidaria, la gente hubiera traído avituallamiento, la preocupación de los discípulos, que Jesús además compartió, hubiera sido expresión de extrema ignorancia. El relato en ningún momento dice que la gente abrió sus cestos y comenzó a compartir, sino que Jesús tomó cinco panes y dos pescados, que los apóstoles sí tenían a disposición, oró sobre ellos dando gracias a Dios, los partió y los dio a los discípulos para que ellos los repartieran entre la multitud. Y la abundancia fue tal que no solo todos se saciaron, sino que las sobras colmaron varios canastos.
El racionalismo dice que lo que no ocurre ahora no ocurrió tampoco antes; ahora no vemos multiplicación de alimentos, así que tampoco Jesús multiplicó panes o peces —aunque ha sido reconocido como inexplicable el caso de la multiplicación de arroz en una olla al fuego el 25 de enero de 1949 en Badajoz, España. Aparte de que el racionalismo supone que nosotros sabemos lo que Dios puede o no puede hacer, pasa de largo ante el verdadero significado del portento. Jesús quiso dar un signo de la abundancia del don de Dios, que es más grande que nuestra indigencia. Él es tan generoso con su gracia, con su perdón, con su misericordia y su compasión, que sacia el hambre de sentido y reconciliación, de vida y plenitud de todos. Después de que nos hayamos colmado de sus bienes, aún le sobran a Dios canastos de gracia y perdón.