CATALEJO

Constitucionalistas, TSE y Baldizón: caos

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El Tribunal Supremo Electoral debió retractarse de permitir la participación electoral de Manuel Baldizón, quien no cumplía un requisito constitucional. No hay duda de lo positivo de esa decisión, porque además abre la puerta a no permitir tampoco candidaturas de gente no idónea y a enmendar errores de criterios contradictorios para corregir acciones contradictorias en desmedro de otros aspirantes. Ayer, mi sorpresa fue mayúscula cuando abogados constitucionalistas criticaron al TSE, pero no por la primera decisión, sino por la segunda. Con humor negro, recuerdo una socarrona frase: la profesión más antigua del mundo es el Derecho: según la Biblia, en el principio era el caos, y este requiere la participación de al menos dos abogados…

' El TSE necesita ahora enmendar otras decisiones erradas y explicar las dudas sobre los gastos y razones de su actuar.

Mario Antonio Sandoval

La Constitución tiene su fuerza en no haber sido redactada por expertos, sino por representantes de la sociedad. Aunque sea violada constantemente y no se aplique bien, se le debe obedecer como condición mínima para el orden de la sociedad. Los constitucionalistas contribuyeron —por falta de visión panorámica— a la confusión ciudadana. Para lograr decisiones adecuadas los análisis no pueden solo ser jurídicos, sino también de filosofía en general, filosofía del Derecho, encargada de analizar sus fundamentos y valores, de lógica y ética, esta última rectora de lo correcto o lo incorrecto en base a considerar los actos por sí mismos o por sus consecuencias. Los casos jurídico-políticos, o viceversa, deben juzgarse no sólo por la letra de la ley, sino por sus efectos y por la corrección.

El error del TSE y de los constitucionalistas es no tomar en cuenta las consecuencias. Luego lo hicieron, pero ya es tarde. No se puede admitir la infalibilidad de las decisiones jurídicas, ni aferrarse a estas a pesar de sus efectos negativos. Aclaro: no soy abogado; mi título es en Filosofía, y tengo afición personal por la lógica filosófica, de la cual emana la jurídica, por tanto de rango menor e imposibilitada de ser contraria o contradictoria. Dicho esto, el criterio de los críticos al segundo veredicto del TSE apoya a Baldizón, quien ya presentó un amparo, y significa hacer a un lado la misma Constitución respecto de la idoneidad, beneficia de forma también indirecta a todos los politiqueros, lo cual —repito seguro— no era la intención, pero sí es el resultado. Todo esto, claro, es consecuencia del TSE y sus decisiones fronterizas con lo absurdo.

Para comprender esto no es necesario, aunque por supuesto ayuda, ser experto constitucional, sino recurrir a la lógica y a la ética. Es fácil para el ciudadano comprender las razones de las leyes, por tener claro el peligro de consecuencias, intencionales o no. Los expertos constitucionalistas, eso sí, con sentido común, coinciden al intuir las obvias presiones desde el palacio verde. La posibilidad de rectificar errores de inmediato debe ser mantenida, por ser una defensa para el sistema jurídico. Mantener la primera decisión y recurrir a una corte superior para anular la segunda significa atrasos, detener el proceso electoral y afianzar las dudas respecto a las elecciones porque implican reducir el tiempo, y esa posibilidad tiene peores consecuencias.

La preocupación debe dirigirse a cómo recuperar siquiera en algo la credibilidad de dicho ente político-jurídico. La pésima imagen del TSE amenaza las elecciones, al dudarse de su idoneidad, valga la comparación. Ya en su seno hay fisuras: la decisión ahora cambiada tuvo tres votos a favor y dos en contra, lo cual da un poco de esperanza, pero esa credibilidad aún se columpia en la tela de una Tarántula. Debe explicar gastos, compras de equipo, la aceptación exprés de pseudopartidos, y la lista se prolonga. El tiempo está en contra: apenas tienen cien días para unas elecciones importantísimas porque pueden significar el afianzamiento de una dictadura. Para acercarse en verdad a la población, las decisiones deben basarse más en el espíritu de las leyes.

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