LA BUENA NOTICIA

Cuaresma: de la perversión a la fe verdadera

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Tomando en cuenta su objetivo último, la Cuaresma como “camino a la casa del Padre” (Papa Francisco, Miércoles de Ceniza, 2021) es por ello tiempo de conversión. Según el Cardenal R. Cantalamessa, esa conversión era en el Antiguo Testamento “volver (según verbo hebreo shúb-) de los caminos del mal a los caminos de Dios expresados en su Ley”, mientras que en el Nuevo Testamento se trata de un “cambio de mentalidad” (del verbo griego “metanoéite”), sobre todo hacia Cristo, que es el cumplimiento de toda ley anterior.

' Una “jungla de leyes” de la que al final se aprovechaban las malas conciencias para quedarse con su gusto.

Víctor Palma

El problema es que la conversión no se da de cero a cien, del no creer a creer, sino, en la mayoría de las veces, debe consistir en pasar de una cierta perversión de lo que se cree es fe a su sentido verdadero. En otras palabras, “purificar lo que se cree”, hacerlo más genuino y vital. Algo así como lo urgente en la vida social de un país que puede tener excelentes leyes y principios dignos del encomio de los juristas, pero al final un nudo legal lleno de trampas, recursos, “amparos”, etc. que esconden los penosos intereses de individuos o grupos, poniendo así en peligro el verdadero espíritu de la ley y de la justicia (cf. Comunicado del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal, 28 de febrero 2021).

En la Buena Noticia de mañana, en una escena sorprendente para muchos, Jesús, “entrando en el templo y encontrando el tinglado del mercadeo de la fe, hace un látigo, los echa del templo, y vuelca las mesas de los cambistas” (Juan 2, 13-25).

Un tiempo dicha acción era leída como la “justificación de la violencia religiosa”: pero Jesús no golpeó a nadie, sino hizo un gesto propio de los grandes profetas. Su reclamo no era el que faltara “práctica religiosa”, pues en el Templo abundaban animales y ofrendas para el sacrificio, funcionaban mesas de cambio para que las monedas extranjeras, consideradas “impuras” por las efigies de dioses y héroes, pudieran ser puestas en el cepillo del mismo Templo “con la conciencia tranquila”.

El gesto de Cristo denuncia la “mercantilización” de la Fe: es más, su perversión, no solo en el tipo de religión/empresarial con que aún funcionan grupos religiosos florecientes, sino sobre todo el alejamiento del auténtico espíritu de la ley: ser instrumento de vida para el hombre, según aquello de gloria Dei vivens homo: “La gloria de Dios es que el hombre tenga vida”, de San Ireneo de Lyon (130-202 d.C.).

La escena de la purificación del Templo invita a revisar “el templo interior” de cada uno, en la forma y finalidad del culto a Dios, honesto o perverso. Ya los 10 mandamientos antiguos (cf. Éxodo 20,1-17) que se recordarán mañana habían sido objeto de “aumentos y enmiendas”, sacando de ellos un total de 613 preceptos (365 negativos como los días del año, y 248 positivos como los huesos del cuerpo). Una “jungla de leyes” de la que al final se aprovechaban las malas conciencias para quedarse con su gusto.

En un tiempo de Cuaresma en pandemia, con pocas manifestaciones externas tan hermosas y valiosas, se da la ocasión para purificar la conciencia de “todo aquello que en el fondo es conveniencia, interés, trampa, corrupción”, y volverse al Bien de la Pascua, expulsando lo que se ha ido pegando indebidamente al corazón (Papa Francisco, Ángelus 2 de Septiembre del 2018), según está escrito: “Dichosos los limpios de corazón, pues ellos verán a Dios” (Mateo 5,8).

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