Civitas

De la batalla de las ideas a la batalla de las instituciones

Ya no es un peligro, más bien es una realidad que las instituciones se han transformado en meros vehículos de intereses particulares.

La “batalla de las ideas,” una expresión que se popularizó en el siglo XX, en realidad se remonta a Platón, que en La República, argumentaba que las ideas son la base de las instituciones humanas y que estas guían nuestra vida pública. No obstante, la batalla de las ideas tomó en el siglo pasado una forma dialéctica en la cual la lucha entre ideologías transformaría los espacios económicos, culturales, militares y políticos para que unas ideas predominaran sobre otras. Hoy se ve claramente que la batalla de las ideas no ha muerto y que puede que nunca acabe, puesto que las ideas siempre estarán en conflicto o competencia (como prefiera el lector) y evolución. No obstante, cuando las ideas se transforman en acciones o en políticas, las nociones de libertad, responsabilidad y progreso compiten con visiones colectivistas y autoritarias, y la disputa pasa hacia un campo de batalla distinto: se convierte en una batalla por las instituciones. En esta batalla el idealismo está recibiendo una paliza, mientras que el pragmatismo cínico, entendido como el acceder al poder político para utilizarlo como vehículo para intereses personales, está arrasando.


Es poca o nula la consideración moral que tienen los individuos que entendieron que para obtener poder o cumplir sus caprichos deben tomar las instituciones. Pueden tener en contra las ideas mayoritarias, tradicionales o la voluntad popular, pero si tienen las instituciones, tienen cómo sobrevivir (si al lector le vino a la mente como ejemplo el Partido Demócrata de las últimas décadas en Estados Unidos, estoy de acuerdo). No estoy segura de si estamos ante un declive momentáneo de la batalla de las ideas en Occidente mientras conservadores, progresistas y libertarios se reagrupan para entender cómo encajan en estos tiempos modernos, pero lo cierto es que la polarización actual da vía a que unos cuántos aprovechados se cuelen y tomen las riendas del gobierno, la legislación, las cortes y los fondos públicos.

El contrapeso más importante para desacelerar la erosión de la institucionalidad somos nosotros, los ciudadanos.


Ya no es un peligro, más bien es una realidad que las instituciones se han transformado en meros vehículos de intereses particulares. Ya no son espacios para la formación y mejora continua de la sociedad, tal como explica Yuval Levin; más bien son escenarios donde las ideas son desechadas por estrategias para acumular poder. Esto sí que es evidente a lo largo y ancho de Occidente, no digamos en Guatemala, donde las instituciones dejaron de ser guardianes del bien público para convertirse en la punta de lanza para la corrupción y el clientelismo.


El patrón es utilizar, extraer y capitalizar al máximo las ideas para llegar a las instituciones, y una vez ahí, realizar los sueños de un proyecto ideológico (muchas veces utópico) o hacerse de recursos para vivir a expensas de la población. Lo primero se ve en países donde la lucha de las ideas sigue más viva y el objetivo es la hegemonía. Lo segundo es lo que más se asemeja a la realidad guatemalteca, donde la mayoría de los que acceden al poder no están interesados en un plan político, están interesados en beneficiarse personalmente con contratos, favores y recursos. La batalla es, en ambos casos, hacerse de las instituciones públicas.


Frente a este contexto, es primordial estar conscientes de que sí las ideas importan, pero también importan las instituciones que se moldean a partir de esas ideas y de las personas que llegan a dirigirlas. Por eso el contrapeso más importante para desacelerar la erosión de la institucionalidad somos nosotros, los ciudadanos. No hay que desmoralizarnos, más bien inspirarnos en tener claro que la tarea es restaurar la confianza en la libertad y construir o fortalecer las instituciones que la hacen realidad.

ESCRITO POR:

Christa Walters

Politóloga egresada de la Universidad Francisco Marroquín. Presidenta Ejecutiva del Movimiento Cívico Nacional, una asociación civil que promueve la consolidación de una verdadera República en Guatemala.