ALEPH
De la caída de Arbenz al narcoestado
El fotógrafo guatemalteco Daniel Hernández Salazar, con el apoyo de la Embajada de Suiza, acaba de publicar su más reciente obra: “Árbenz, el final del exilio”. En ella se documenta el regreso del ex presidente a Guatemala, cuando su cuerpo fue repatriado, durante el gobierno de Ramiro de León Carpio, un 19 de octubre de 1995. Las imágenes son suficientes para darnos cuenta de que Arbenz (sin tilde dice su familia que se escribe) fue recibido entonces como héroe nacional. Hoy sus restos, junto a los de su esposa María Vilanova, descansan en el Cementerio General de Guatemala.
Hablar de Arbenz, es hablar de alguien satanizado y poco comprendido, de un estadista que habría encaminado a Guatemala por caminos distintos a los que hoy transitamos. Para encontrarlo, hay que escarbar en el relato de su propia historia, hay que escuchar las opiniones sobre él vertidas en informes que lo describían como “brillante… culto” (Cullather 2003:20), hay que acudir a los archivos desclasificados del Departamento de Estado de EE. UU. que contienen la operación de la CIA en nuestro país en 1954, hay que leer los innumerables libros y documentos que sobre Jacobo Arbenz Guzmán se han escrito en el último medio siglo. Hay que leer también la historia de Guatemala y las relaciones de poder que nos han definido.
En 1951, Jacobo Arbenz Guzmán hizo público su programa de gobierno: el primer objetivo, convertir a Guatemala en un país económicamente independiente, siendo una nación dependiente y de economía semicolonial. El segundo, lograr la transformación de un país atrasado y de economía predominantemente feudal, en un país capitalista moderno. El tercero, lograr que esa transformación trajera consigo un mejor nivel de vida para las mayorías. “Cueste lo que cueste, pase lo que pase, yo intentaré sacar de la miseria a mi pueblo y darles a todos el mayor bienestar posible, basándome en los modernos cánones de la democracia”, dijo Arbenz.
' Hay que leer también la historia de Guatemala y las relaciones de poder que han definido las últimas siete décadas.
Carolina Escobar Sarti
Él consideraba que la base de esa transformación era una Reforma Agraria. Se promulga el decreto 900, Ley de Reforma Agraria en 1952. Según el economista Eduardo Velásquez Carrera (quien escribiera “Jacobo Arbenz Guzmán: El hombre desnudo”), la estrategia capitalista de Árbenz era la reforma agraria, ya que al convertir a los campesinos, predominantemente indígenas, en propietarios de fincas los haría obtener ingresos en actividades agrícolas, que luego invertirían en nuevas actividades productivas y en el consumo, provocando la ampliación del mercado interno, clave para la expansión de la industria nacional. Esa ampliación se produciría ante el hecho que los antiguos trabajadores forzados, tendrían ahora “votos monetarios” para demandar bienes y servicios producidos por una industria nacional, cuyos inversionistas serían los capitalistas nacionales y extranjeros. Algo que Keynes denominaría la “demanda efectiva”.
La historia se cuenta desde varios puntos de vista, pero se comprueba desde un solo lugar: los hechos. El pecado de Arbenz fue luchar contra los monopolios y los grupos de poder. Construyó la segunda carretera que comunicó a la ciudad capital con Palín y Escuintla, hacia el Puerto de San José, compitiendo con la vía férrea de la Irca, propiedad de la United Fruit Company. Inauguró el tramo de la carretera interamericana de San Lucas a Patzicía; inició un segundo puerto en el atlántico (Santo Tomás de Castilla), entre mucho más.
El 27 de junio de 1954, según Carlos Enrique Wer (2003): “el Presidente Arbenz bajo coacción y amenaza de muerte firmó su ‘renuncia’, misma que fuera redactada por José Manuel Fortuny en contubernio con los altos jefes militares”. Lo desnudaron ante el mundo y lo demás es historia, pero ha llegado el tiempo de traerlo de manera definitiva para honrar su memoria, reconociendo que, como estadista y defensor de la democracia, imaginó una Guatemala muy distinta a la narcocleptocracia que tenemos hoy.