MIRADOR
Después de la tempestad, ¿vendrá la calma?
Finalmente salimos de dudas. Las encuestas acertaron y los números se ajustaron a los resultados tanto del ganador como de la perdedora. ¡Una marcada diferencia!
' Ganó Arévalo, y hay que cerrar filas en torno a un proyecto —guste o no— y ver cómo se puede empujar hacia adelante o quitarse de en medio y no estorbar.
Pedro Trujillo
Muchos se preguntan qué pasó en estas elecciones y creo que tiene fácil explicación o, sacando el ego de la ecuación, digamos que no es difícil entenderlo. De entrada —y eso se olvida frecuentemente— un 25% —uno de cada cuatro votantes— dijo que “no quería a nadie”, por eso votaron nulo o en blanco. Eso significa que, en una democracia real, se debería de haber atendido a la mayoría que decidió repetirlas. Pero no fue así, porque los políticos no gustan de ser desechados. Se optó entre dos soluciones minoritarias que la mayoría no quería —¡que contraste!— y se seleccionó, como siempre, la “menos mala”.
La UNE de Torres representa el continuismo del sistema corrupto, voraz, depredador y mafioso que ha gobernado el país. Semilla, de Arévalo, está “sin contaminar”, y en la balanza inclinó el plato a su favor. En casi idéntico porcentaje votaron jóvenes, adultos y mayores; letrados e iletrados; derecha izquierda, lo que explica que la elección -entre dos partidos de izquierda- no haya sido ideológica, sino sobre decencia política. Digámoslo así: ha sido sobre la diferencia de honestidad percibida por el votante.
El partido Semilla no era muy conocido, mucho menos su binomio presidencial. Sin embargo, esos grupos de forajidos y mafiosos dedicados a generar fricción social tuvieron “la brillante idea” de hacer una campaña sucia y promover dinámicas de odio, lo que, en un juego de suma cero —como son las elecciones— terminó favoreciendo notablemente al contrario ¡Tontos que hacen el idiota y no se dan cuenta de los lelos que son!, pero como dicen en mi pueblo: “lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”.
En ciertas organizaciones —especialmente en instituciones jerarquizadas— hay un principio que dice que se debe asesorar al jefe directa, abierta y creativamente hasta que tome su decisión. A partir de ese momento, ya no cabe más debate ni oposición, sino que hay que asumir como propia la idea de quien dirige, y llevarla a cabo. En democracia ocurre algo similar, hay que saber ganar o perder, y entender que en un sistema de votación de mayorías triunfa quien más votos tiene, y punto. Eso es lo que queda por hacer ahora. Ganó Arévalo y hay que cerrar filas en torno a un proyecto —guste o no— y ver cómo se puede empujar hacia adelante o quitarse de en medio y no estorbar.
Pero ojo, el optimismo desmesurado tampoco debe dibujar horizontes imposibles. Seamos realistas porque Presidente es solo una parte del sistema. No esperemos cambios profundos en los próximos cuatro años. No se saldrá de la pobreza ni del bajo desarrollo, pero se pueden establecer pilares de decencia sobre los que construir en el futuro. Gastar bien el dinero público, expulsar a sindicalistas depredadores, no volver a contratar a empresas que prestan servicios animadas por el chantaje o la corrupción, generar vectores de profesionalismo en el funcionario y otras “pequeñas” cosas, servirán para transmitir la imagen de honradez que espera la ciudadanía.
Con esta votación, el ciudadano —simple en sus argumentos— considera que ya puso al frente a quienes lucharan contra la corrupción. A partir de ahora exigirá que se arreglen las carreteras, funcione el sistema de salud, el dinero de educación no se dilapide y la justicia sea pronta y cumplida, entre otras cuestiones vitales.
No lo tiene fácil el binomio electo, pero debe de contar con apoyo y siempre con el beneficio de la duda.