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El dilema entre la tradición y la contaminación

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El pasado 7 de diciembre se celebró la tradicional “quema del diablo”. Esa costumbre de quemar pequeñas piñatas de diablitos, papel o cosas viejas apiñadas frente a las casas, seguido de los primeros cohetillos de diciembre, que traen consigo pólvora, humo y más humo. Una costumbre practicada aún por muchas personas en diferentes sitios del país, pero también rechazada por otro gran grupo que exige el fin de esta tradición, por la terrible contaminación que genera la incineración de tantos materiales tóxicos, que dañan al planeta Tierra.

' La crisis climática está ocasionando terribles desastres naturales, ocasionados por la irresponsabilidad del ser humano.

Brenda Sanchinelli

Por supuesto que es complicado terminar de raíz con una costumbre tan arraigada que viene de hace más de cuatro siglos, pero también es necesario poner en la balanza la contaminación y el peligro que genera esta tradición. Lo curioso es que muchos de los que participan de esta actividad ni siquiera saben el motivo, origen y simbología de lo que hacen, siendo aún más terrible el hecho, desde el punto de vista medioambiental.

Según algunos historiadores, la tradición se originó en la Colonia, como un preludio de las festividades de la Natividad. El caso es que el 7 de diciembre, cuando se esperaba la procesión de la Virgen de Concepción, se hacían fogatas en el camino para la espera y alumbrar el paso del cortejo. Luego también se empezó a quemar basura, papel, cosas viejas o figuras del diablo para simbolizar el triunfo del bien sobre el mal. La religiosidad popular le otorgó el simbolismo de la purificación por medio del fuego. Además, con el nacimiento de Jesús, Satanás quedó derrotado.

La costumbre consiste en sacar cualquier cosa vieja o deteriorada para quemarla y así poder recibir la bendición de la Virgen al día siguiente, que es Día de la Inmaculada Concepción. Así, simbólicamente se desecha lo malo en el hogar.

Esta tradición fue declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Nación por el Ministerio de Cultura y Deportes. En Santiago de Guatemala y en la Nueva Guatemala se conocía como “las luminarias de la Virgen”, que fueron colocadas por el ayuntamiento desde el siglo XVII a las 18 horas del 7 de diciembre. Aunque la costumbre tiene un fuerte peso entre la sociedad y es complicado cambiar la mentalidad de muchos, también es importante reflexionar sobre lo que ocurre al medioambiente cuando se queman plásticos, hule y otros materiales de ese tipo. Por ejemplo, al quemar plástico se desprenden sustancias químicas y elementos tóxicos cancerígenos como monóxido de carbono, metales pesados, dioxinas y furanos, entre otros, que llegan al aire y lo contaminan. El humo de las llantas es tan perjudicial que sus partículas se alojan en los pulmones y también pueden causar cáncer.

Otro problema son los fuegos artificiales y cohetillos, que están hechos de diferentes compuestos sumamente nocivos como el perclorato de sodio, cobre, estroncio litio, aluminio y otros metales pesados que, al momento de detonar, liberan monóxido de carbono y otro tipo de partículas suspendidas. Estos crean un ambiente con altos índices de polución. Las sustancias que se emiten mientras se queman tienen graves consecuencias para la salud, particularmente para el sistema respiratorio. Todo esto, sumado a las emisiones industriales, quema de material vegetal, erosión y quema de basura, se vuelve una bomba de tiempo para dañar más al planeta.

Las tradiciones son importantes para un pueblo y forman parte de la cultura de un país, pero si dañan al planeta, la ecología y a las personas, es necesario modificarlas en algunos aspectos, manteniendo siempre su esencia y colorido, pero adaptándose a la emergencia climática que vivimos.

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