LA BUENA NOTICIA
El evangelio en una frase
En una ocasión le preguntaron a Jesús cuál es el principal mandamiento de la Ley. Querían saber su parecer acerca del texto de las Escrituras que condensa mejor la enseñanza moral de Dios. Sabemos que Jesús respondió no con un texto, sino con dos, que consideraba de igual rango. Uno era el que ordena que el hombre ame a Dios con toda el alma y el corazón, y otro, el que manda que todos amen a su prójimo como a sí mismos.
' Quien pone su fe en Jesucristo, al superar la muerte, alcanza la vida eterna.
Mario Alberto Molina
En un ejercicio de imaginación, me he planteado este desafío. Si yo tuviera que responder a una pregunta semejante, pero en relación con el Nuevo Testamento, ¿cuál sería mi respuesta? A mi juicio, el pasaje que resume de modo más elocuente y conciso el contenido del evangelio es el texto de Juan 3,16: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Explico cómo lo entiendo. El pasaje afirma en primer lugar que el amor, la misericordia y la benevolencia de Dios son la motivación de sus acciones. Al lector más ajeno al lenguaje religioso le puede parecer extraño que a Dios se le atribuyan sentimientos y actitudes propiamente humanas como móvil de sus acciones. Pero no hay otro modo para hablar de Él que el recurso a nuestra experiencia. La Biblia, en ese sentido, recurre a toda clase de antropomorfismos para hablar de Dios y de su obra. Pero al afirmar que es el amor, no la envidia, la ira, la indiferencia o la altanería la actitud de la que surgen las acciones de Dios hacia la humanidad se afirma un dato de fe principal y fundamental: vivimos en un mundo amable, benévolo, pues el Dios que todo lo gobierna actúa principalmente a partir de actitudes que promueven la vida y el bien de la humanidad. Y si Dios está por nosotros, ¿quién que esté en contra prevalecerá?
Esa actitud se ha manifestado de muchas maneras. La creación y el origen del mundo son consecuencia del amor de Dios. Su providencia con la que guía la historia está imbuida de su misericordia. Las acciones que realizó a favor de Israel registradas en el Antiguo Testamento tuvieron su origen en el empeño de buscar el bien de Israel y de la humanidad. Por fin, en el momento cumbre de la historia de las relaciones de Dios con la humanidad, cuando dio a su Hijo al mundo, manifestó de manera singular su amor por el mundo. Para quien no está familiarizado con la peculiar concepción cristiana de Dios, me atrevo a explicar con una imagen física que el Hijo es como el desdoblamiento de Dios en sí mismo. Es decir, que a tanto llega su amor por nosotros que se nos dio a sí mismo en su Hijo hecho hombre, Jesús. Un darse que implicó no solo su humanización, sino asumir la muerte humana, que le llegó en la forma más cruel: la crucifixión. Esa muerte fue expresión suprema de amor y su acto salvador, pues al quedar superada por la resurrección trajo el fin de la muerte como destino definitivo para la humanidad.
Pero para obtener ese beneficio, cada persona debe creer en el Hijo, y de ese modo corresponder al amor de Dios. Creer significa adherirse a él, aceptar y acoger su oferta de vida, entrar en comunión con él por los medios que dispuso para ese fin. Quien se resiste a creer se sustrae libremente al beneficio que se le ofrece, y, como no hay aniquilación, terminará atrapado en la frustración de la muerte. En cambio, quien pone su fe en Jesucristo, al superar la muerte, alcanza la vida eterna, la vida con Dios. El amor de Dios hacia la humanidad es tal que crea la posibilidad para que el hombre comparta su misma vida desde ahora y para siempre.
La pascua que celebraremos al final de la Cuaresma es memoria de ese amor divino y de las acciones en las que se manifestó.