LA BUENA NOTICIA
El éxito y la salvación
La palabra “éxito” es relativamente nueva. El Diccionario Etimológico de J. Corominas indica que apareció en el idioma español en el año 1732, seguramente como un cultismo. Viene directamente del latín “exitus”, que significa “salida”, y se usó para designar el resultado de un procedimiento, de una terapia, de un esfuerzo. En su origen, el “éxito” podía ser bueno o malo. Pero en el uso corriente actual ha prevalecido el significado positivo, de modo que ya no hay que calificar el “éxito” con un adjetivo. En la frase “hay que tener éxito en la vida”, la palabra significa que uno debe alcanzar logros, triunfos, reconocimiento por lo que hace.
' Pero la búsqueda del éxito visible puede llevar al olvido de la salvación invisible.
Mario Alberto Molina
Nuestra sociedad tiene varios criterios para reconocer el éxito de una persona. En el ámbito laboral, el éxito se reconoce por haber llegado a través de paulatinos ascensos a posiciones de gerencia y gobierno con el correspondiente aumento de ingresos monetarios. En el ámbito social, el éxito a veces se expresa en la fama; una persona exitosa es la que obtiene el reconocimiento público en el campo de las artes o del deporte o de la política y de ese modo logra poder, fama, prestigio. Otras veces el éxito se mide por el acopio de riqueza, especialmente si se debe a la inventiva, emprendimiento y trabajo honesto, y no a la corrupción y al crimen.
Jesús también habla del éxito de una persona ante Dios. Él lo llama con otra palabra: salvación. La salvación es una vida lograda, una vida que cumple el propósito de su existencia, una vida que llega a la meta de su propia plenitud según la propuesta del evangelio. Pero el modo de alcanzar ese objetivo sigue unos parámetros que pueden contrastar con los que prevalecen en el logro del éxito social. Hay frases de Jesús en las que contrapone de modo drástico la salvación y el éxito. Hay una sentencia paradójica, en la que utiliza el verbo “salvar” con dos significados distintos. “El que salve su vida la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará”.
El contexto original parece ser el martirio, la persecución, el acoso que sufrirían los discípulos de Jesús. El discípulo que maniobre para conservar su vida en la persecución y librarse “exitosamente” de la muerte o de cualquier otra adversidad no alcanzará ante Dios la plenitud, el gozo, la meta a la que había sido llamado; perderá su vida ante Dios. El discípulo que por fidelidad a Jesús pierda su vida en la persecución o asuma las adversidades del acoso y el hostigamiento, el que a los ojos del mundo malogre su vida por fidelidad al Cristo, ese se salvará ante Dios. No habrá tenido éxito según los criterios de este mundo; pero habrá alcanzado la salvación, la plenitud que promete el evangelio.
En realidad, éxito temporal y salvación eterna no están necesariamente contrapuestos. Uno puede ser una persona exitosa socialmente por sus logros empresariales o académicos y al mismo tiempo ser también una persona cuyos principios éticos y religiosos lo hacen discípulo de Jesús. Pero también es muy frecuente que la búsqueda del éxito social tan visible y apetecible puede llevar al olvido de que la meta que realmente llena de sentido la vida es la salvación invisible y alcanzable en plenitud solo tras la muerte.
La búsqueda del éxito en términos de riqueza, poder, fama, lujo, con frecuencia obligan a un planteamiento de vida que en casos extremos lleva al olvido de lo que en verdad da sentido de vida perdurable. La búsqueda del éxito a toda costa conduce a acciones, conductas y maniobras faltas de ética y de sentido moral. Por el contrario, quien pone su mirada en alcanzar la salvación que Jesucristo ofrece, con frecuencia deberá hacer opciones que contrarias a la búsqueda del éxito temporal.