LA BUENA NOTICIA
“El justo vivirá por su fe”
Cristianismo, la adhesión al evangelio y a la persona de Jesús se llama fe. Uno se hace cristiano cuando tiene fe en Dios, en su Hijo Jesucristo, ha aceptado su evangelio como criterio de vida, y recibe el bautismo para unirse a Dios y a los demás creyentes en la Iglesia.
' La opción creyente consiste en recibir la solidez y consistencia desde Dios por medio de la fe.
Mario Alberto Molina
Tanto la tradición católica como la protestante han desarrollado sus propias definiciones de la fe. La definición clásica de la fe en la Iglesia católica pone el énfasis en la verdad de la doctrina y la enseñanza transmitida en la Iglesia. La fe consiste en el asentimiento, apoyado en la autoridad de Dios, a las verdades que Él ha revelado en la Escritura y transmitido en la enseñanza de la Iglesia. En esta definición los aspectos afectivos, interpersonales, de confianza, entre el creyente y Dios quedan reducidos a la mínima expresión, para dar prominencia a los aspectos objetivos, doctrinales e institucionales del acto de fe.
En las comunidades cristianas surgidas de la Reforma prevalece la concepción de la fe que acentúa los aspectos personalistas y afectivos. El acento está puesto en la relación entre el creyente y Dios. Así la fe cristiana se puede definir como la confianza que el creyente pone en Dios de que, por la obra redentora de Cristo, su muerte y resurrección, él, el creyente, alcanzará el perdón de los pecados y la propia salvación de la muerte. La fe será tanto más fuerte cuando más grande sea la confianza. En esta concepción, los aspectos doctrinales e institucionales quedan reducidos a la mínima expresión, mientras que la dimensión afectiva y personalista de la relación con Dios ocupa el primer lugar.
Sin embargo, la teología católica del siglo XX ha desarrollado una concepción de la fe que combina los aspectos doctrinales con los personalistas, los afectivos con los institucionales. La fe es siempre la respuesta del hombre a la revelación de Dios. “La fe nace de la proclamación” de las obras de Dios, dice san Pablo. En sus obras, Dios se ha dado a conocer a la vez que crea las condiciones que permiten al creyente alcanzar una vida cada vez más plena y llena de sentido. Las obras fundamentales de Dios son la creación del mundo y de la humanidad; la apertura de una historia de salvación en medio de la historia humana marcada por el mal moral; el envío de su Hijo en la persona de Jesús. Este Hijo predicó la buena noticia, manifestó quién y cómo es Dios, enseñó criterios morales de vida, murió en la cruz y resucitó, para establecer en su persona la posibilidad de vida humana más allá de la muerte. Dios y su Hijo ofrecen, a quien lo quiera aceptar, la posibilidad de compartir, en esperanza, esa nueva existencia comunicándoles su propio Espíritu ya desde ahora. Quienes aceptan ese ofrecimiento inician, con el bautismo y la entrada a la Iglesia, un camino de consolidación, de superación del mal moral y de la muerte, que culminará cuando Dios mismo lleve a plenitud su proyecto salvador. La fe del creyente consistirá en aceptar como fuente de comprensión del sentido de la propia vida esa historia de las obras de Dios a favor de la humanidad y vivir de acuerdo con ella junto con otros creyentes en la Iglesia, según lo proclama la Escritura.
“El justo vivirá por su fe”, declara también san Pablo. Esa declaración es un eco de la que muchos siglos antes hizo el profeta Habacuc para exhortar y animar al pueblo de Israel a la confianza en Dios en momentos de tribulación e incertidumbre. La vida humana es frágil, abocada a la muerte, expuesta al mal físico, implicada muchas veces en el mal moral. La opción creyente consiste en reconocer esa fragilidad intrínseca y aceptar recibir solidez y consistencia desde Dios por medio de la fe.