VENTANA
Guateamazonia
En la naturaleza nada crece solo. Todos los seres son interdependientes. Solo los humanos hemos tenido la fantasía de que somos autosuficientes. El filósofo francés Merlau Ponty expresaba que era un sentimiento de aislamiento humano. Usaba la imagen del paracaidista. “Los seres humanos somos como los paracaidistas en este planeta. Caímos del cielo en un mundo que no tiene nada que ver con nosotros”. Así hemos vivido los últimos 400 años. David Abram, filósofo de esta era, reclama que durante mil generaciones los seres humanos se vieron a sí mismos como parte de un mundo más amplio que incluía a toda la naturaleza. Mantuvieron plenas relaciones no solo entre las personas, sino con las plantas y los animales. Entablaron estrechos vínculos con las grandes fuerzas de la vida, como el cielo, los vientos, las montañas, los ríos y los mares, a quienes consideraron como los grandes poderes de donde provino la vida en la Tierra. Pero esas fuerzas de la vida fueron perdiendo valor porque nos educaron para verlas como seres inanimados. “Durante los últimos 50 años, los seres humanos hemos cambiado los ecosistemas más rápida y extensamente que en cualquier otro período comparable de la historia de la Tierra”. Dr. Ahmed Djoghlaf
' Conquistar la conciencia del ser humano para evitar que siga destruyendo al planeta es el reto.
Rita María Roesch
En mi opinión, es un problema de percepción. Crecimos ignorando cómo funciona la red de la vida en la Tierra. El ejemplo más reciente y doloroso es el fuego devastador que ha arrasado con la selva Amazónica. ¡El bosque tropical más extenso del planeta! Para que vuelva a tener la misma densidad de vegetación tendrán que pasar décadas. Esa catástrofe también la vivimos en Guatemala. Es paradójico que nuestro nombre proviene del náhuatl, Quauhtlemallan, que significa, “lugar de muchos árboles”. En los últimos 25 años hemos perdido el 55 por ciento de cobertura forestal primaria, especialmente en los departamentos de Alta Verapaz, Izabal y Petén, en la Reserva de la Biosfera Maya, considerado el segundo pulmón de América. La tala inmoderada, los incendios, la ganadería, el aumento de la frontera agrícola y el narcotráfico son la mayor amenaza. Los incendios, a escala mundial, son una fuente de emisión de carbono, que es el principal motor del calentamiento global. ¿Seguiremos destruyendo las zonas de vida primaria que son los últimos refugios para diversas especies de animales y plantas que contribuyen a conservar el equilibrio de los grandes ecosistemas que sostienen la vida en la Tierra?
El mayor reto para detener esa debacle es empezar a reconocer que somos parte del entorno sin que importe que sea Guatemala o la Amazonia. Ya no podemos seguir batallando en contra de la naturaleza, como escribió E.F. Schumacher, economista germano-británico, en su libro Lo pequeño es hermoso, en 1973. “El ser humano se ha sentido superior y con derecho a declararle la guerra a la naturaleza, pero si sale victorioso quien realmente habrá perdido la batalla será él”. Como parte de esta reflexión en voz alta, les cuento la historia de la rana-dardo-dorada que vive en la selva amazónica. Esta ranita posee un veneno poderoso. Los biomédicos descubrieron que sus componentes servían para desarrollar un analgésico potente y se llevaron unos ejemplares para criarlos en cautiverio lejos de su selva. Sin embargo, descubrieron que las ranitas no producían el veneno porque estaban alejadas de su hábitat natural, de donde provenía su alimento. Habrían tenido que llevarse una gran porción del ecosistema de la selva. “Esa selva era su casa, como lo es el planeta para todos los seres que lo habitamos”, agregó el Clarinero. Creo que lo mismo que le pasó a la ranita fuera de su selva, que perdió sus grandes poderes, nos puede pasar a los humanos en el mundo entero. Si nos quedamos sin los bosques no habrá poder en el mundo que nos salve. ¿Qué milagro tendría que ocurrir para considerar que somos ciudadanos de una nueva región del mundo que se llama Guateamazonia?