LA BUENA NOTICIA

“He visto un altar al Dios desconocido”: Trinidad y paz

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Con palabras similares a éstas, Pablo se dirigía a los sabios filósofos del areópago de Atenas (cf. Hechos 17,16 ss). En realidad, afrontaba un problema perenne, pues Dios es siempre bastante desconocido o, peor aún, malentendido, objeto de caricaturas, de proyecciones personales o simple y gratuitamente negado, sobre todo cuando no encaja a los intereses humanos, aun cuando la limitación humana ya es una prueba de su existencia. “Cualquier tonto puede contar las semillas que salen de una manzana, solo Dios puede contar cuántas manzanas saldrán de una semilla”, decía razonablemente R. Schuler (1926 a 2015), pastor de la Catedral de Cristal californiana, que terminó en parroquia católica.

El conocimiento pleno de un Dios “trino y uno” es el Evangelio de Jesucristo, el motivo de su misión. No convencer de una bella idea, sino hacer entrar en relación con una persona viva. Pero luego de 2,022 años de evangelización y en el ateísmo práctico y antropocentrismo actuales, haría falta de nuevo escuchar a Pablo y reconocer que hay “analfabetismo religioso”, que no es la ignorancia bíblica o de la doctrina, sino querer “encuadrar a Dios” en moldes personales: 1) Como el protector de las tiranías modernas que incitan y bendicen las guerras; 2) Como la máquina de la bendición material, aun por sobre los medios honestos usados para lograr el fin de la “bendición”. Deformación especialmente grave, a cuyos protagonistas llama Pablo con el término griego “kapeleuóntes” (= mercaderes, en 2 Co 2,17) según una explicación de los mismos del siglo XVI como quienes “saben que se están aprovechando materialmente de la predicación y saben que están divulgando errores” (Cardenal G. Ravasi); 3) O, queda en fin, el “rostro divino deformado” por la falta de su mejor característica: la paternidad misericordiosa, a la que el papa Francisco ha dedicado tanto esfuerzo en promover con enseñanzas y gestos.

' El analfabetismo religioso no es la ignorancia bíblica o de la doctrina, sino querer “encuadrar a Dios” en moldes personales.

Víctor Palma

El misterio del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo no es tal por su misma superioridad a la mente humana que niega el “intelligent desing” advertido cada día más por la ciencia en el sondeo del universo, sino por la ausencia de la experiencia o “encuentro” con ese Dios. En su conversión, el recién canonizado Carlos de Foucauld pasó del “Dios nacional y de los batallones de Francia” al “Padre en el cual podía poner con confianza su vida entera”, aun en medio de situaciones impensables, como la pobreza, la persecución, el odio interreligioso. Qué importante es este último: “Promover con otros creyentes, de forma fraterna y convivencial, el camino de la búsqueda de Dios; considerando a las personas de otras religiones no de modo abstracto, sino concreto, con una historia, deseos, heridas y sueños” (Papa Francisco, al Dicasterio para Diálogo Interreligioso, 06.6.2022).

A los creyentes en la Trinidad queda la tarea de “revelar en su vida al Dios creído” por la custodia de naturaleza, que no es Dios, sino obra suya, por la imitación existencial del “Hombre Nuevo” Jesucristo creado en justicia y santidad, por el acceso a la acción del Espíritu Santo en las decisiones diarias y sociales, no desfigurando su imagen como un “toque eléctrico”, sino cultivando el más grande los carismas, el de la caridad (1 Co 13, 1ss), que define al mismo Dios como “amor” (cf. 1Jn 4,8) y del cual decía S. Agustín: “Él ama a cada uno de nosotros como si solo existiera uno de nosotros”. El Dios de la paz por el respeto a la vida humana, del que la actual y politizable violencia delincuencial y la triste desnutrición infantil en Guatemala sigue haciéndolo aparecer para muchos como “desconocido” o al menos muy lejano.

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