CON OTRA MIRADA

Humildad y genialidad, encuentro inolvidable

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Mañana terminará el proceso electoral, cuando los guatemaltecos elegiremos presidente y vicepresidente, 160 diputados al Congreso de la República, 340 corporaciones municipales y 20 delegados al Parlamento Centroamericano que, dicho sea de paso, no ha servido más que de refugio inmune a vándalos que ocuparon la más alta magistratura de nuestro país; proceso que trajo a mi memoria la simpática anécdota del encuentro casual de dos seres insólitos del siglo pasado. Fueron ellos Albert Einstein, Premio Nobel de Física (1921), de una rapidez mental propia de genial humorista, y Charles Chaplin, el humorista por antonomasia, que sin decir una palabra hizo reír al mundo entero.

' El mundo entero lo admira, aunque prácticamente nadie entiende una palabra de lo que dice.

José María Magaña Juárez

¿Y qué tienen que ver esos personajes universales con las elecciones en Guatemala? se preguntará Usted, amable lector. Pues mucho, aunque por total y absoluto contraste. Ya lo verá.

En el arte, en general, y en la arquitectura, en particular, que es a lo que me dedico, existe esa herramienta —el contraste— que nos permite integrar elementos desiguales en una composición, con el objeto de enriquecerla, enfatizar aspectos que nos interesan como creadores o sencillamente aportar algo que nos parece importante. En la restauración de monumentos también se usa y hasta es recomendable en términos de la teoría y filosofía de la conservación; aunque para lograr el éxito deseado (destacar el valor del objeto intervenido) se requiere honestidad en el planteamiento, rigor en la ejecución y una buena dosis de sensibilidad y delicadeza para no correr el riesgo de echar a perder el bien protegido.

Fue ese concepto del contraste que provocó esta reflexión. Guatemala es ampliamente conocida porque en su pequeño territorio, de unos 108 mil km2, se concentra rica y exuberante naturaleza, junto a una amplia diversidad cultural que por siglos ha resistido conquista, despojo, violación y masacre, y que, a pesar de todo, representa la fuerza vital de la Nación. Cívica y políticamente hablando es un crisol en el que no se termina de fundir la República.

En 1954, en el contexto de la Guerra Fría, Estados Unidos de América, en defensa de empresarios ligados a cargos públicos de su gobierno, indujo la traición del alto mando del ejército nacional al presidente Jacobo Árbenz, hecho que provocó su renuncia. A partir de entonces, el fascismo criollo acaparó el poder público y cogobernó junto a militares hasta 1985, cuando una nueva Constitución dio lugar a la actual era democrática y se eligió a civiles, experimento que no supimos aprovechar, pues la libertad alcanzada degeneró en el libertinaje de la kakistocracia; es decir, el gobierno de los peores, conducido por los mismos, que llevó al país al punto actual.

Punto crítico, pues entre 23 partidos políticos en contienda, una amplia mayoría de candidatos sin recursos académicos, vacíos de forma y contenido, optan por desacreditar e insultar a sus rivales… actitud que por contraste me recordó la anécdota que ahora comparto, en la que sobresalen la humildad y la genialidad de dos personajes ejemplares.

Se cuenta que Albert Einstein y Charles Chaplin coincidieron en una recepción. Que, en el transcurso de la conversación, Einstein dijo: lo que más admiro de su arte es que es universal; usted no dice una sola palabra y sin embargo, todo el mundo lo comprende y admira. A lo que Chaplin rápidamente respondió: cierto, pero su gloria es aún mayor; el mundo entero lo admira, aunque prácticamente nadie entiende una palabra de lo que dice.

Dígame Usted, si la envidia fuera tiña ¡cuántos tiñosos habría!

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