LA BUENA NOTICIA

La ascensión de Jesús

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El libro de los Hechos de los Apóstoles, en el capítulo 25, narra la perplejidad del procurador romano Festo que, unos treinta años después de la muerte de Jesús, tiene que lidiar con un prisionero, el apóstol Pablo, acusado por las autoridades judías de un delito no tipificado en el código penal romano. Al decir de Festo, el pleito gira en torno a un tal Jesús ya muerto de quien Pablo afirma que está vivo.

' La idoneidad para lo eterno se adquiere por la responsabilidad en las cosas de este mundo.

Mario Alberto Molina

El episodio muestra la perplejidad que el mensaje cristiano produce por su peculiar visión de la realidad. Para quien define lo real como aquello que ocurre dentro del espacio y el tiempo, la muerte de Jesús en la cruz y su sepultura fueron su final. Pero los creyentes afirmamos que está vivo. Su resurrección no consistió en una revivificación, según la cual habría vuelto a la convivencia con sus discípulos semejante a la que había tenido antes de morir en la cruz. Su vida después de la muerte pertenece a otra realidad. Por eso, los acontecimientos en la vida de Jesús después de su muerte se expresan con dos conceptos. La resurrección expresa su victoria sobre la muerte; la exaltación o ascensión para sentarse a la derecha del Padre Dios expresa que esa nueva vida se da en la trascendencia de Dios. Es un lenguaje plástico para expresar un acontecimiento que rebasa las coordenadas del espacio y del tiempo y nos introduce en la eternidad.

Para quien defina la realidad como aquello que ocurre dentro del espacio y del tiempo, este y otros acontecimientos de la fe cristiana son mitos. Pero para el cristiano, que ha pensado su fe y ha establecido los fundamentos de credibilidad del evangelio, la resurrección y la ascensión de Jesús le muestran que no es posible limitar la realidad a lo que sucede en la historia de este mundo, porque hay experiencias humanas que tienen como referencia acontecimientos que la desbordan. La resurrección de Jesús, su ascensión al cielo y su futura venida como juez son acontecimientos divinos que redefinen el horizonte de lo real para el creyente. Mientras que la crítica filosófica del conocimiento circunscribe lo real a lo empírico, la fe se fundamenta en acontecimientos que muestran que lo real desborda lo empírico y abre el horizonte de la experiencia humana a esa dimensión que llamamos la eternidad, que no es tiempo y espacio sin fin —¡qué aburrimiento!—, sino presencia sin duración ni extensión.

Cuando el evangelio proclama que hay un Dios creador de todo cuanto existe, pero que está más allá de todo cuanto existe; cuando anuncia que Dios también ha existido en la historia humana en la persona de Jesús; cuando declara que Dios llena la interioridad del creyente como Espíritu santificador; cuando el evangelio cristiano anuncia estas cosas, abre horizontes hacia una dimensión de lo real inasible por los métodos experimentales y críticos. Pero la validez y consistencia de esa dimensión se acredita en la capacidad que tiene para dar sentido de vida, llenar de alegría y dar esperanza al corazón y la mente humanos.

La ascensión de Jesús al cielo que los católicos celebraremos mañana proclama que el horizonte de lo real para el hombre creyente no es la muerte, sino la eternidad. Uno de los pasajes bíblicos que se proclamarán mañana en la liturgia declara que Cristo “nos abrió un camino nuevo y viviente” hacia la plenitud en Dios. Esa ampliación de lo real hacia la eternidad no implica para nada desinterés o desprecio por lo cotidiano y lo histórico. El cristiano no es discípulo de Platón, sino de Cristo. Por eso, la esperanza de la eternidad hace al cristiano responsable de lo temporal, pues la idoneidad para lo eterno se adquiere por la responsabilidad en las cosas de este mundo.

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