AL GRANO
La justicia y la economía
A las puertas de que concluya otro accidentado proceso de postulación de candidatos y de elección de magistrados por parte del Congreso, creo que es indispensable intentar llamar la atención a toda la ciudadanía, pero sobre todo a sus élites, sobre uno de los descubrimientos más importantes de la Humanidad. Es el descubrimiento del “Estado de derecho” o del rule of law (el “imperio del derecho”) en lugar del “reino de la arbitrariedad”.
' Cuando descubren que sus derechos y libertades son tutelados por instituciones verdaderamente independientes, el milagro ocurre.
Eduardo Mayora Alvarado
Diversas naciones se han acercado a esta “técnica” (más recientemente) o a “este ideal” (hace unos 200 años), desde perspectivas diferentes. En el caso de los Estados Unidos, el “imperio del derecho”, como ideal, era uno de los aspectos centrales de la justificación de su lucha por la independencia. En cambio, algunos de los países de la Unión Europea pudieron descubrir esta “técnica” gracias al “Plan Marshal” de la Posguerra.
Ninguna de estas dos perspectivas es excluyente de la otra; es más, bien puede considerárseles complementarias. Pero el punto clave, el meollo de este asunto, es que una sociedad puede dejar de ser pobre y desarrollarse económicamente de implantar e implementar un Estado de derecho. Es decir, un régimen en el que unas instituciones definidas por la Constitución (como los tribunales de justicia y los fiscales) interpretan y hacen valer la Ley con verdadera independencia. Esa independencia genera imparcialidad, rectitud, coherencia: certeza.
En un régimen en el que “impera el derecho” ocurre algo realmente extraordinario. Esto es que esa “fuerza” que habita en todo ser humano —“el deseo de mejorar”— desarrolla toda su virtualidad creadora, porque se produce en libertad y con certeza.
En efecto, en un régimen de este tipo, cualquier persona que contemple la posibilidad de invertir –por “el deseo de mejorar”— puede formarse expectativas claras y ciertas sobre qué tipo de acciones generarán ciertas consecuencias específicas. Esa persona puede planificar, puede calcular, puede medir sus riesgos (no jurídicos) porque, gracias a la acción de esas instituciones verdaderamente independientes, sus derechos y la forma de disponer válidamente de ellos ya están claros.
Cuando esos millones de personas que “desean mejorar” se plantean ahorrar en un banco, contratar una póliza de seguros, adquirir acciones cotizadas en mercados públicos, invertir en participaciones en fondos de pensiones, adquirir acciones de una sociedad inmobiliaria, comprar participaciones en un fondo que desarrolle bosques, invertir en acciones de una distribuidora de agua o de energía eléctrica, adquirir participaciones en un fideicomiso que reciba los peajes de una carretera o los derechos por el uso de un aeropuerto, ya todo está claro, no hay falta de certeza jurídica, y entonces, ocurre “el milagro”.
Digo: “el milagro”, pero realmente lo que ocurre es lo más racional del mundo. Todos esos millones de personas que “desean mejorar” y pueden invertir un capital —grande o chico—, como hay certeza jurídica, deciden asumir el riesgo empresarial y actúan. Esas inversiones demandan trabajadores, bienes de capital, inventarios, profesionales y una larga cadena de bienes y servicios.
Algunas sociedades tienen la suerte de tener ya muchos recursos materiales; otras no. La historia de la Humanidad demuestra que eso importa poco, que lo más importante para mejorar de condición es erigir el “imperio del derecho”, fuente de libertad, justicia y de seguridad jurídica. Si de verdad las élites de este país quisieran verlo desarrollado, el camino es el del “imperio del derecho”.