LA BUENA NOTICIA
La misericordia
Uno de los atributos más significativos que la Biblia reconoce en Dios es la misericordia. Dios es compasivo y misericordioso. La parábola más elocuente en la que Jesús enseña esa cualidad de Dios es la que se conoce desde antiguo con el nombre de “parábola del hijo pródigo o despilfarrador”, pero que ahora se conoce mejor como la “parábola del padre misericordioso”. En la parábola actúan tres personajes, un hombre y sus dos hijos; el personaje clave es el padre. Jesús cuenta la parábola para explicar por qué él recibe a los pecadores y hasta come con ellos. Él actúa así, porque así es Dios, en cuyo nombre actúa. El padre de la parábola representa a Dios.
' El cambio de vida es la condición para acogerse a la misericordia de Dios.
Mario Alberto Molina
Se trata de un padre de familia hacendado, que, a solicitud del hijo menor, reparte la herencia entre los dos hermanos. El menor se marcha de casa y despilfarra la herencia; el otro se queda, pero vive como peón de su padre, no por el autoritarismo del padre, sino por una idea errónea acerca del modo de ser de su padre. En cierto momento al hijo derrochador se le acaban los bienes y debe asumir trabajos degradantes. El recuerdo de la generosidad de su padre lo motiva a tomar la decisión de volver a casa, no como hijo, sino como un trabajador más. Su padre jubiloso, sin embargo, lo recibe como hijo. El hijo mayor se resiste a celebrar el regreso. La misericordia del padre que acoge y recibe al hijo derrochador le resulta incomprensible y hasta injusta; tenía la idea de que su padre aceptaba solo a los que no cometían jamás una transgresión.
Hoy se habla mucho en la Iglesia Católica de la importancia de la misericordia. Es justo que sea así, pues es la cualidad principal de Dios. Pero, ¿qué es la misericordia? A veces pareciera confundirse con la condescendencia hacia el mal, la irresponsabilidad y la desidia. La misericordia consistiría en aceptar al pecador tal como es; acoger al irresponsable tal como es, sin exigirle que cambie. La misericordia sería equivalente a la impunidad; sería un nombre bonito para la indiferencia moral. Si así fuera, haríamos de Dios misericordioso un mequetrefe, un espantapájaros, un bufón.
En la parábola, el padre acoge con misericordia al hijo extraviado, despilfarrador y libertino, porque ese hijo ha reconocido que sus acciones estuvieron equivocadas, se arrepintió de ellas y volvió a casa incluso dispuesto a reconocer que ya había perdido su dignidad de hijo. Se acerca al padre para ser recibido como uno de sus trabajadores. El padre no fue hasta el país lejano, donde el hijo derrochó su fortuna viviendo de manera disoluta, para decirle que lo seguía amando y por eso no le exigía ningún cambio de conducta. No. El hijo, en su miseria, y cuando tocó fondo, se acordó de que su padre trataba bien a sus trabajadores, reconoció que había actuado mal, se arrepintió de lo que había hecho y decidió volver a casa del padre. El padre lo esperó en su casa y le mostró su amor y misericordia recibiéndolo arrepentido.
La misericordia consiste en que Dios ofrece el perdón de antemano, pero para recibirlo hay que cambiar de vida. A diferencia de lo que ocurre entre los humanos, que el ofensor primero debe humillarse y pedir perdón para ver si convence al ofendido de que lo perdone, con Dios las cosas ocurren al revés. Él es quien primero ofrece el perdón, para motivar al pecador al arrepentimiento, y así se capacite para recibir el perdón. El cambio de vida es la condición para acogerse a la misericordia. Jesús recibía a los pecadores y comía con ellos, no para decirles que podían seguir pecando, pues Dios los amaba igual, sino para decirles que lo que hacían estaba mal, pero podían cambiar, porque Dios les garantizaba el perdón de antemano.