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La vida y la muerte

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A propósito de la celebración del Día de Muertos y considerando que en esta pandemia todos hemos meditado sobre nuestra forma de vivir y paralelamente vimos muy de cerca a la muerte, al ver partir a seres queridos, amigos y conocidos sorpresivamente por este terrible virus, es oportuno hacer algunas reflexiones.

' La muerte no es el final, sino el principio de la eternidad.

Brenda Sanchinelli

Sin importar si usted es joven o anciano; si está sano o enfermo, por estas circunstancias especiales ha pensado en la posibilidad de morir, algo que antes que llegara el covid-19 tal vez miraba muy lejano. Sin embargo, si algo tenemos todos en común es la vida y la muerte, como una de las pocas certezas inevitables en este convulsionado mundo.

Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir, señala un pasaje del libro de Eclesiastés, que desnuda de una forma sencilla el ritmo de la vida y la percepción que ha tenido la humanidad, y en parte todavía tiene, de su propia existencia.

La muerte siempre ha tenido un papel interesante para la filosofía, desde la antigüedad los pensadores han investigado su naturaleza. La razón de este interés se debe a que la muerte es nuestro común e inevitable destino individual. Para el hombre, la muerte ha representado un misterio, un enigma, desde el comienzo de su vida. Algunas civilizaciones antiguas entendieron el carácter sagrado y místico de la muerte como un puente entre los mundos, visible e invisible.

Desde niños tenemos algún contacto con ella y comenzamos a comprenderla, entendiendo que el tiempo para los seres vivos es limitado. El debate no radica en la muerte en sí, ya que es un hecho comprobable y del cual todos estamos conscientes de que ocurrirá, sino en ¿qué nos espera después? El paraíso, “el cielo”, que consiste en la dicha eterna cerca de Dios, en el estado de felicidad suprema y definitiva, o el infierno, un lugar de castigo eterno, tinieblas y un fuego que no se apaga. ¿Y si el infierno no es en otro mundo de condenación eterna, sino aquí en la tierra? Como decía el filósofo francés Jean-Paul Sartre: “el infierno son los demás”.

Es por ello por lo que perder a un ser querido no solo significa no volver a verlo en este mundo, sino tratar de comprender que esa persona que perdimos ha pasado a otra etapa de su ser. Morir no implica el cese de la existencia, sino más bien un viaje hacia un nuevo destino, el cual nos conduce hacia una vida eterna, que va a estar supeditada a lo que hicimos y decidimos estando vivos en este mundo.

Pensando en esta conmemoración a los muertos, que tiene orígenes ancestrales, queda demostrado que la muerte es una preocupación que el ser humano ha tenido desde el origen de su creación. Sin embargo, el hombre de hoy, presa de la búsqueda desmesurada del bienestar material, no tiene tiempo para pensar en la muerte. Es decir, tiene cuidado de no prestarle mucha atención, hasta que no la ve de cerca

Aunque no sabemos con certeza qué hay después del fallecimiento. A lo largo de los siglos, el hombre ha hecho uso de innumerables suposiciones, sustentadas en la religión, la historia y hasta el folclore, pero hoy vivimos imaginando ese futuro, que en todo caso permanece velado por un aura de misterio.

Todos los seres vivos mueren: es naturaleza, es normalidad, es un sentimiento humano que se asocia a una profunda angustia y miedo. En balde son los intentos por escapar de la muerte, pues por mucho que se evite, ese día llega para todos, independientemente del rol social o la riqueza económica que tengamos. Sin embargo, en la normalidad de nuestra vida como hombres modernos vivimos como si nunca fuéramos a morir. A pesar de esto, vale la pena no enfocarse tanto en la muerte, sino en su destino eterno.

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