ALEPH
Las madres de la patria
La maternidad es maravillosa para quienes la decidimos y la gozamos, pero hay millones de mujeres que pasan por allí solo porque “deben”. Durante la Italia fascista, más o menos a partir de 1927, Mussolini restringe la libertad en materia reproductiva y define para las mujeres italianas una pronatalidad “en defensa de la raza”. Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, las mujeres italianas debieron prestar sus servicios a la patria; entonces, de nuevo, el Estado decidió que sí podían salir de sus hogares para servir a la patria, provocando en ellas una contradicción entre su “deber ser” madres y su deber como servidoras de la patria.
Durante el nazismo, Hitler instaura la política nacionalsocialista de esterilización, llamada también “prevención de la vida sin valor”, que obligaba a las mujeres consideradas de “raza pura” a darle hijos a la patria y a renunciar a sus asuntos personales si el régimen lo consideraba necesario para el mejoramiento de la raza, mientras que a las judías, gitanas u otras se les esterilizaba y debían renunciar a la maternidad e incluso a la propia vida. Uno de los eslóganes preferidos entonces era “la mujer como guardiana de la raza, la virtud doméstica y las costumbres”.
Durante la España de Franco hubo un fuerte paternalismo de Estado y no se admitían heroínas que no estuvieran sometidas a Dios y a la maternidad. Franco usó a las mujeres para fabricar uniformes durante la guerra civil española, la atención en el frente, la propaganda y educación, pero no podían olvidar el sagrado deber de la maternidad. Merecían ser reconocidas por muchas cosas, pero lo único que les otorgaba un reconocimiento real era la maternidad. De hecho, después de la guerra, las mujeres debieron regresar a sus hogares porque el régimen ya no las necesitaba. En este período surgieron “las perlas del franquismo”, disposiciones del régimen que recomendaban a las mujeres su deber ser en sociedad, relegándolas al ámbito privado.
' En Guatemala, millones de mujeres no deciden ni sobre su cuerpo ni sobre su maternidad.
Carolina Escobar Sarti
El régimen musulmán, respaldado en la palabra de su idea de Dios, sigue promoviendo hasta hoy la mutilación parcial o total de los genitales femeninos. Más de 150 millones de mujeres han pasado por esa forma de tortura y cada día seis mil niñas son mutiladas en condiciones totalmente antihigiénicas e inhumanas. Todo para asegurarse de que las mujeres no tengan nunca un verdadero placer sexual y que las madres den a luz con dolor.
En la Guatemala actual, la normalización de la violencia sexual hace que, cada hora, 11 niñas y adolescentes entre los 10 y 18 años queden embarazadas. La mayoría vive esa experiencia como una maternidad impuesta; o, peor aún, normalizada, porque a su madre, hermana o tía les sucedió lo mismo.
La paradoja es que el presidente actual nombrara oficialmente a Guatemala, en el 2022, capital pro vida de Iberoamérica y que varios diputados corruptos y de reputación dudosa insistan en iniciativas para la supuesta protección de la vida y la familia que dejan fuera a cientos de familias monoparentales o diversas solo porque no corresponden al modelo conservador que hace un siglo imponían los regímenes fascistas europeos.
Que las mujeres estemos biológicamente facultadas para concebir, dar a luz y amamantar no significa que nuestro cuerpo sea un marcador irrefutable de pertenencia biológica. La “naturaleza” biológica no es la única que define los roles de mujeres y hombres, también las convenciones políticas, religiosas, sociales y culturales que se establecen para unas y otros, como parte del orden y el control que se ejercen en sociedad. Una mujer debería poder decidir sobre su cuerpo y su maternidad, porque su cuerpo es el territorio que le otorga los derechos para ser aceptada en la sociedad. Sin embargo, en Guatemala, millones de mujeres no deciden ni sobre su cuerpo ni sobre su maternidad.
Desde la primera menstruación, y muchas veces antes, las niñas empiezan a sospechar que se abre una especie de grieta entre ellas y sus cuerpos; grieta aprovechada para operar y establecer un mandato claro: las buenas mujeres tienen que ser madres, parir con dolor, y mejor si no sienten placer. Para eso están las “otras” mujeres. El orden social queda así establecido y asegurado.