Fuera de la caja
Lo que esconde el lenguaje
Hay ocasiones cuando decir “se me chispoteó” es demasiado tarde.
Roberto Gómez Bolaños, genial actor y guionista de la televisión mexicana, produjo entre 1970 y 1985 una extensa lista de programas cómicos. Sin duda, El Chavo del 8 ha sido uno de los más vistos y memorables, transmitido en versiones a varios idiomas. Una de sus frases más recordadas es “sin querer queriendo”, la cual formaba parte del diálogo del personaje principal, un niño de vecindario que, en su inocencia, comprometía muchas veces a otras personas con sus chistes u omisiones.
Hay ocasiones cuando decir “se me chispoteó” es demasiado tarde.
La mención del icónico Chavo del 8 viene a propósito de cómo se puede hacer una interpretación imprecisa de lo que se expresa puntualmente. Suele producirse por la tendencia de acentuar en el lenguaje cotidiano algún rasgo de la conversación, generalmente vinculado a un juicio de valor que no clarifica un concepto, sino deja a criterio del receptor el mensaje real que se quiere proyectar y que con frecuencia lleva el pensamiento hacia un resultado contrario a lo que se pretende comunicar.
Muchas de estas interpretaciones múltiples son resultado de un fallo en la construcción lógica nuestros mensajes, lo cual se observa con frecuencia en las conversaciones, los debates o discusiones públicas; por ejemplo, cuando se dice “para serte sincero” (¿o sea que antes no se fue sincero?), “intentaré ser breve” (mejor ármese de paciencia porque lo más seguro es que se extenderá).
Figuras como la redundancia —repetición de conceptos—, énfasis —acentuar un rasgo del mensaje— o el manejo de verbos activos y las puntualizaciones de sus sustantivos pueden dar espacio a interpretaciones diferentes a lo que se pretende decir. Y con esto se deja a libre interpretación del receptor lo que se pretende comunicarle, porque al observar con detalle lo que se dice y verificar si se dejó de decir algo más, se estará abriendo espacio ruido semántico, del cual ya hicimos mención en este espacio hace algunas semanas.
El éxito de la comunicación en todos sus niveles descansa en el intercambio de mensajes precisos que sean fácilmente comprendidos. Una comunicación exitosa depende en buena manera de la ausencia de contenidos ocultos en el mensaje, que terminan convirtiéndose en falacias en buena parte de los casos. Lo ideal es reducir el riesgo de malas interpretaciones, para que no existan errores de decodificación.
En las conversaciones suele escucharse frecuentemente “no quise decir eso”, que suele abrir la puerta a un malentendido más pronunciado. Muchas veces esto ocurre porque no existe una frase con un cierre concluyente y, por lo tanto, los interlocutores extraen conclusiones imprecisas o incorrectas.
Para evitar interpretaciones equivocadas en momentos críticos, los emisores de contenido específico suelen preparar mensajes con las palabras precisas, con los matices que reflejen exactamente lo que se desea comunicar y así evitar momentos indeseables. La palabra debe convertirse en un vehículo que facilite la gestión de determinada situación, y en ningún momento creador de nuevos conflictos.
Los malentendidos derivados de una comunicación imprecisa suelen ser una barrera delicada, a veces, insalvable, en gran parte debido a que incorporan mensajes no deseados a lo que queremos decir.
Termino recordando otra expresión icónica del Chavo del 8 y que es letal en el campo de la comunicación corporativa: aquí no cabe decir “se me chispoteó” (“me equivoqué”), porque siempre será muy tarde. La comunicación inequívoca vale oro.