CATALEJO
Magnificencia de una tradición en su ocaso
La coronación del rey Carlos III y la reina Camila ya entró a la Historia, al ser ambos las personas con mayor edad en recibir la corona en Inglaterra, en un acontecimiento apadrinado, y casi se podría decir arrullado, por un milenio de tumultuosa historia. No faltaron la pompa, circunstancia, elegancia de esas ocasiones, en un día muy acorde con el característico clima británico: gris, nublado con frío y lloviznas. Fue un breve intermedio para la realidad actual de Gran Bretaña, marcada gracias al error de un dos por ciento de ciudadanos en el referéndum del 2016, o Brexit, e iniciado en enero del 2020. Los políticos británicos de entonces desoyeron a Churchill, para quien éstos piensan en la próxima elección, pero los estadistas en la próxima generación.
' El principal reto es mantener la tradición y adaptarla a las nuevas circunstancias de la sociedad del siglo XXI.
Mario Antonio Sandoval
Las últimas décadas han marcado la progresiva “humanización” de todas las monarquías y realezas, cuyos integrantes son personas cada vez más conocidas para el público, tanto en sus países como en el mundo. Este proceso, al conocerse más los aspectos puramente personales de ellos, ha provocado -como es natural- un incremento de las voces críticas tanto dentro de los tradicionalistas como de quienes se oponen a mantenerlas. Entre las personas de edades menores a los 40 años, es mayor este criterio, y ha dado lugar en el caso británico al desapego a una de las características más valiosas y envidiables de un pueblo inglés ahora no homogéneo: la orgullosa y también valiosa persistencia de las tradiciones por su indudable valor histórico, pese a todo.
Un pueblo sin tradiciones es débil, pero aferrarse a ellas para no aceptar los cambios propios de los tiempos, es errado. Se puede comparar con el respeto a las obras de arte, pues aunque representen etapas superadas o vergonzosas, a veces, son parte de la historia y deben ser aceptadas y admiradas como tales cuando se puede. Destruir estatuas o pinturas –por ejemplo- es injustificable, como lo es la destrucción de la monarquía, pero para mantenerla se le debe adaptar a nuevos tiempos. Esto ya ocurrió hace mucho, cuando los reyes y reinas se convirtieron en figuras simbólicas representantes de la unidad nacional. El mundo de hoy observando el ocaso de las monarquías europeas, todas cristianas, y solo deja lugar a aquellas absolutas, como en Oriente Medio.
El reto principal de Carlos III es precisamente adaptar la monarquía, pero no tiene seguridad de éxito, aunque por ironía el actual fracaso de las democracias representativas occidentales en cuanto a estar dirigidas por personajes a quienes se les pueda considerar símbolos de la unidad nacional, en cierta forma juega a su favor. Incluye al sistema parlamentario como forma de gobierno, siempre y cuando se mantenga una cantidad mínima de partidos, cada uno de ellos con facciones conservadoras o liberales, entendidas éstas en su verdadero significado y aplicadas a criterios fáciles de entender y capaces de señalar efectivamente las diferencias en la filosofía política y sus derivaciones económicas y sociales para conducir con su ejemplo a los ciudadanos.
El mundo vio el sábado la esencia británica. Ingresó de lleno a la Historia Isabel II, y sus luces y sombras son tarea de los historiadores. Otra ceremonia de coronación es posible, porque aunque el reinado de Carlos III sin duda será menor al de su madre, tampoco parece ser tan corto como para no permitir al mundo ver el ascenso al trono del primogénito Guillermo, hoy Príncipe de Gales. Como espectador ajeno, me quedé –eso sí- con el deseo de ver una sonrisa en los rostros y en los ojos, para demostrar en ese momento trascendental de sus vidas, esperado medio siglo por el nuevo monarca, esa humanización tan buscada por la familia real y manifestada por Guillermo al besar a su padre.