ALEPH

“Mamá, no estoy muerta”

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El 7 de noviembre de 1986, una niña guatemalteca de dos días de nacida fue robada para ser dada en adopción. A la madre biológica le dijeron que su hija Mariela había muerto; a la hija le dirían, después, que su madre la había abandonado y que su nombre era Coline, hija de una pareja de origen belga que la adoptó amorosamente desde los 11 meses de edad. No hay trata sin engaño.

' Tratar y traficar niños y niñas no es lo mismo que darlos en adopción.

Carolina Escobar Sarti

Mamá, no estoy muerta es un libro de coraje; es un relato donde se ha perdido el miedo a nombrar una realidad que duele. No solo se revela como un texto testimonial, sino también como uno de denuncia, reencuentro y posibilidad. La voz de la autora es la de una mujer belga de 35 años que se busca a sí misma en su pasado y encuentra a una niña guatemalteca de pocos meses, atada de la cadera y los tobillos, a una cama en la que había más niños, también atados y ya sin llanto, esperando a ser adoptados. Es la voz de Mariela-Coline, dada en adopción de manera irregular, como le sucedió a tantos más que fueron traficados a Canadá, Bélgica, Francia y Holanda, durante décadas.

Su voz trae el eco de muchas voces y revela sus cicatrices, sus memorias, sus relatos; es una historia de búsqueda, en la cual Coline, buscando a Mariela, trata de reconstruir, desde ambas identidades, a una mujer entera y única. Es un llamado humano y una apuesta por la vida que siempre se completa en el espejo donde nos reflejamos. Es una historia que provoca y convoca a la acción; un abrazo profundo a los linajes del amor y de la sangre; un reconocimiento a quienes han atravesado mares agitados y aún buscan sus raíces. Es un acto de resurrección, pero también una clara invitación a transitar por los caminos de la sanación y la justicia.

Las adopciones irregulares corresponden a una de las modalidades de la trata de niñas y niños, delito cometido en Guatemala desde finales de 1970 hasta el 2000 con total impunidad, asociado al tráfico de personas. Robados, secuestrados o desaparecidos, estos cientos de niños y niñas llegaron a adultos con historias de vida fracturadas, a pesar de estar en países del primer mundo, con familias amorosas.

Coline va desmadejando el modo en que opera una red de trata y tráfico de niñas y niños con fines de adopción irregular. En cada hito de su relato, una nueva puerta se abre y un gozne mal aceitado chilla, mientras conocidos nombres de tratantes y traficantes intocables van asomándose entre las páginas, las casas abandonadas, los álbumes y los reencuentros familiares, las prisiones y los caminos redescubiertos, develando complicidades entre quienes ya han muerto sin enfrentar la justicia y quienes caminan entre nosotros, sin que nadie los toque. Algunos, incluso, han ocupado o pretenden ocupar altos cargos públicos.

Tratar y traficar niños y niñas no es lo mismo que darlos en adopción. En la trata con fines de adopción irregular, las niñas y los niños son considerados objetos a comercializar en el marco de la oferta y la demanda, no plenos sujetos de derecho. La adopción tiene fines nobles, mientras que la trata y el tráfico se reducen a un hecho criminal por el cual algunos obtienen ganancias millonarias y otros enfrentan consecuencias mortales, como sucedió con los niños y niñas que murieron durante los procesos de adopción irregular, desde 1984.

“Prefiero morir de pie y denunciando, que arrodillada y callada”, dice la autora. En 2017 nace la Fundación Racines Perdues-Raíces Perdidas (RP-RP); allí han escuchado y reunido a decenas de adoptados de 23 países con sus familias biológicas en Guatemala. El documental Los niños perdidos de Guatemala gana el premio Emmy al mejor periodismo de investigación en español (2020). Hay también avances en instancias europeas para el reconocimiento de las adopciones ilegales. Y es que “el miedo debe cambiar de bando, es hora de hablar”, concluye. Celebro esta historia de dignidad y coraje humano.

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