CATALEJO
Mis recuerdos de unas curiosas elecciones
Por haber tenido una más-de-media-centenaria carrera periodística y haberme acostumbrado desde niño a escuchar y luego de adulto a participar en conversaciones sobre temas de política, las elecciones estadounidenses siempre habían despertado en mí una admiración por la forma de realizarse y la actitud de ganadores y perdedores. El elemento común de ambos era la aceptación de los resultados y el convencimiento de ser el producto de la voluntad de los votantes. Tiempo después comencé a ver algunos factores causantes de dudas. La primera de ellas fue el escaso número de participantes, por lo cual los presidentes para ganar necesitaban la mayoría de votos de una minoría, porque no representaban la voluntad de la mitad más uno de los votantes inscritos.
' La crisis de la democracia en el mundo obliga a no derrumbarla en base a mentiras y a acciones de mal gobierno.
Mario Antonio Sandoval
En 1970 hubo elecciones de medio período cuando el presidente era el republicano Richard Nixon. Yo estaba en Minnesota en una beca y me uní a los participantes de Mankato, una ciudad de mediano tamaño. Al verlo descender por la escalera del Air Force One, entonces un Boeing 707, pensé en la ventaja de ser candidato y presidente al mismo tiempo, con todo el equipo y la parafernalia a su disposición. Años después, el también republicano George Bush hijo perdió el voto popular, pero fue declarado ganador por pocos cientos de votos en un segundo recuento en Florida, donde era gobernador su hermano Jebb. Al Gore aceptó el resultado del colegio electoral y evitó una confrontación política peligrosa. Pensé en qué hubiera pasado en Guatemala en un caso similar.
Aunque ya se conocía del sistema de colegio de votos electorales, cuyos integrantes realmente son quienes deciden quién gana, muy pocos dentro y fuera de Estados Unidos pensaron en ser las elecciones estadounidenses muy parecidas a las de Inglaterra, donde son indirectas. En casi la totalidad de casos la mayoría de la votación popular coincide con los votos electorales y por eso no se nota. El número de esos votos depende de la población y por eso la elección realmente se decide en los estados con mayor número, y por otra parte los votos no se dan proporcionalmente al resultado, sino todos al candidato ganador de cada estado, aunque sea menos de un 1% mayor. Eso explica las grandes diferencias de votos electorales entre los dos candidatos, pero la peculiaridad del sistema salió a flote en las elecciones de 2020.
En esa ocasión ganó Biden, pero Trump se encargó de descalificar los resultados por no serle favorables, y su popularidad hizo efectivas las mentiras, rechazadas hasta por el vicepresidente Pence. Siguió las ideas del nazi Goebbels, para quien, acertadamente, una mentira repetida mil veces se vuelve verdad. El asalto al Capitolio fue un remedo de golpe de Estado, realmente, y ahora, dos años después, al menos la mitad de los estadounidenses duda de ese resultado y con ello debilita la base de la democracia más antigua del mundo. Me sorprende la efectividad de esas ideas en tanta gente. Y esto no tiene relación con el mal gobierno realizado por Biden y los demócratas, quienes según todos los estudios y encuestas perderán la mayoría en el Congreso y el Senado.
Los hechos políticos en todos los países deben ser analizados en períodos de diez o más años. La crisis de la democracia en todo el mundo, evidente, se comprueba con las manifestaciones callejeras de grupos bolsonaristas, quienes también se niegan a aceptar el resultado, y piden la intervención del ejército, aunque Da Silva haya mostrado su verdadera importancia. Estos resultados de diferencia tan pequeña exacerban las emociones negativas de los perdedores, aunque quienes ganen representen un daño terrible para el país. En esas circunstancias tan adversas, el fomento de la exacerbación o la insistencia en mentiras deben ser limitadas con nuevas decisiones, porque no tienen precedente.