Pluma invitada
No hacer nada con respecto a Biden es el plan más riesgoso de todos
Los líderes de opinión no podemos elegir. Los delegados sí, y deberían escuchar a los votantes.
Tras el fracaso del debate presidencial, algunos demócratas están tratando de cerrar filas para proteger al presidente Joe Biden, con el argumento de que Barack Obama también perdió su primer debate como presidente en funciones.
Los líderes de opinión no podemos elegir. Los delegados sí, y deberían escuchar a los votantes.
Sin embargo, ese argumento no es tan convincente. Obama no tenía 81 años cuando sufrió esa debacle. Además de que llegó a ese debate como el candidato favorito de la contienda, mientras que Biden llegó rezagado (con tan solo un 35% de probabilidades de ganar).
Un 35% de probabilidad es mejor que nada. Pero Biden debía animar la contienda, no solo preservar el statu quo. En cambio, cavó un agujero más profundo.
Los resultados de las encuestas más allá de las cifras reñidas entre Biden y Donald Trump —como aquellas que incluyen las contiendas demócratas por el Senado en estados pendulares muy disputados— sugieren algo aún más preocupante que las probabilidades de ganar de Biden, pero también ofrecen un destello de esperanza para los demócratas.
No necesitan que otro comentarista les diga que Biden debería retirarse de la contienda, aunque yo soy de los que están categóricamente de acuerdo en que debería hacerlo. Pero los demócratas deberían estar más abiertos a lo que les dicen las encuestas, y de nuevo, no solo las que muestran las cifras de Biden contra Trump. Estas encuestas les podrían ser de utilidad a los demócratas. A los electores de estos sondeos les atraen bastante los candidatos demócratas. Más que bastante, de hecho: el único problema es Biden.
Los datos coinciden a un nivel impresionante. Hay cinco estados indecisos en cuanto a la contienda presidencial que también tienen contiendas muy competidas por el Senado este año: Arizona, Míchigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin (perdón, Florida y Ohio ya no cuentan como estados indecisos, y Texas todavía no lo es). En esos estados, se han realizado 47 encuestas apartidistas desde que Biden y Trump se posicionaron como los nominados evidentes de sus partidos en marzo.
En 46 de las 47 encuestas, los candidatos demócratas al Senado obtuvieron mejores resultados que Biden. En una de ellas, los candidatos al Senado y el presidente obtuvieron resultados igual de buenos. Esto significa que Biden no superó a ninguno de los candidatos al Senado en ninguna de las encuestas (me estoy basando en las versiones de las encuestas que se realizaron entre los posibles votantes y la versión que incluye a Robert F. Kennedy Jr. si la encuestadora la publicó).
En ninguno de los 47 sondeos —ni uno solo— los candidatos demócratas al Senado están en desventaja, aunque dos de ellos iban empatados. En contraste, Biden solo gana en siete de las encuestas, empata con Trump en dos y pierde en las otras 38.
El contraste persiste de manera notable en todas las encuestas más respetables, en las dudosas de las que deberían sospechar los votantes y en todas las demás disponibles. Y la diferencia no solo está en el margen de diferencia. Biden va detrás del presunto nominado demócrata al Senado por cinco puntos netos en Míchigan, siete puntos en Wisconsin, ocho puntos en Pensilvania, once puntos en Arizona y unos desafortunados trece puntos en Nevada.
Por desgracia, los demócratas, otrora propensos a ignorar a los especialistas y confiar en los datos, ahora están menos dispuestos a considerar las encuestas de opinión pública. Al contrario de lo que dirán muchos de ellos —incluidos miembros de la Casa Blanca—, las encuestas fueron bastante precisas en 2022. El escepticismo hacia las encuestas es una pena, ya que en una democracia, los sondeos son una manera vital de permitirle a la sociedad dar su opinión mientras llega el único día cada dos o cuatro años en el que tienen derecho a votar.
Además, ya desde hace al menos un año, las encuestas han mostrado de manera muy constante que los electores piensan que Biden es demasiado mayor para ser presidente otros cuatro años.
Los sondeos son cruciales por dos motivos. El primero es que hacen que sea mucho menos probable que haya una especie de sesgo sistemático en las encuestas. Las encuestadoras encuentran muchos votantes demócratas, pero no suficientes partidarios de Biden. Y el segundo es que estos candidatos al Senado son bien conocidos entre los electores de sus estados y están montando campañas reales, no enfrentamientos hipotéticos, como los que muestran a otros posibles candidatos demócratas a la presidencia que algunas encuestadoras a veces sondean. Los candidatos que no son tan conocidos suelen obtener resultados mediocres en las encuestas.
Si yo fuera un superdelegado demócrata, tal vez votaría por un candidato o candidata que haya demostrado su entereza en un estado pendular, como la gobernadora de Míchigan Gretchen Whitmer, el gobernador de Pensilvania Josh Shapiro o el senador por Georgia Raphael Warnock (aunque si Warnock se postulara a la presidencia, los demócratas perderían un escaño en el Senado). O le apostaría a un miembro de la nueva generación de líderes, como el gobernador de Maryland Wes Moore.
¿Y si estuvieran convencidos de que el clima político en general, aun sin Biden, en realidad es bastante favorable para los demócratas? En los últimos años, el partido ha ganado un número más que decente de elecciones especiales. En ese caso, podríamos pensar en alguien como la senadora por Minnesota Amy Klobuchar, que al menos proyectaría una aptitud pacífica del medio oeste que contrastaría con Trump. Y si el partido de verdad quisiera demostrar que es la figura adulta en esta contienda, podría nominar a la vicepresidenta Kamala Harris, cuyos índices de aprobación ahora son mucho más positivos que los de su jefe.
Sin embargo, los líderes de opinión no podemos elegir. Los delegados sí, y deberían escuchar a los votantes.
Para superar el problema evidente —que las primarias demócratas ya finalizaron— propongo una idea. No es lo ideal, pero quisiera ver a un demócrata que pueda darle al partido una oportunidad verdadera. Aunque las probabilidades de ganar del candidato sustituto estuvieran por debajo del 50 por ciento, lo importante es que probablemente obtendría mejores resultados en las encuestas que Biden.
El partido podría organizar una audición abierta para el proceso de nominación. Los candidatos que quisieran postularse se enfrentarían en dos o tres debates. Podrían dar discursos y encabezar mítines. Y los demócratas podrían votar en sondeos de tanteo patrocinados por donantes en una combinación de sedes virtuales y físicas que refleje el alcance democrático del Partido Demócrata, por ejemplo, en Atlanta, Phoenix, Pittsburgh y una o dos sedes en zonas más rurales. Los votantes también expresarían sus opiniones en encuestas de opinión recurrentes.
Los delegados podrían tomar en cuenta esta información en la Convención Nacional Demócrata en Chicago y tomar una decisión más informada. Este plan requeriría que Biden declarara su intención de retirarse de la contienda antes de que pase más tiempo.
No es un plan perfecto, pero ya no quedan muchas alternativas. A estas alturas, casi cualquier demócrata llevaría las de perder frente a Trump. No porque el exmandatario sea popular, porque no lo es, sino porque es difícil imaginar que un remplazo esté cien por ciento preparado para la contienda. Este candidato aún tendría que dar la cara por los mismos problemas, como la inflación, que ocurrió en un mandato demócrata. Además, la actual coalición del partido lo pone en una desventaja importante en términos del Colegio Electoral.
Los jugadores de póquer como yo, y los individuos que toman riesgos y tienen éxito como los astronautas o los inversionistas de riesgo con los que hablé para mi investigación, comprenden la importancia de trabajar con información incompleta. Y entienden que, a veces, no hacer nada es el plan más riesgoso de todos.
c.2024 The New York Times Company