Civitas
Nobles, pero de espíritu
No estamos hablando de una nobleza que viene de la cuna, sino del espíritu.
La búsqueda de estatus es un rasgo distintivo en los humanos. Buscamos, unos más que otros, escalar posiciones, fama, ganar más dinero, poder, prestigio o el reconocimiento de otros. Por lo general, se basa en cuestiones materiales y se refleja en muchas actitudes (algunas buenas y otras no tanto). Es válido preguntarnos: ¿es ese es el motor de acción para la mayoría? Específicamente para los políticos o para quienes desean gobernar, ¿qué los motiva? ¿La búsqueda de poder y reconocimiento o habrá algo más noble que los deba guiar? Las cuestiones superficiales no deberían ser la única o principal motivación, por lo que es necesario hablar de algo que probablemente se ha olvidado o que ni siquiera hemos escuchado por estas latitudes. Me refiero a la nobleza de espíritu.
La primera vez que escuché de ella fue por el escritor español Enrique García-Máiquez. Él ha hecho una reivindicación de este fenómeno que puede ser difícil de entender al inicio pero que, una vez dimensionado, es fácil de identificar en ciertas personas. En realidad, García-Máiquez habla mucho de la hidalguía del espíritu, pues es Rob Riemen quien escribió Nobleza de espíritu, una idea olvidada hace unas décadas y puso en evidencia que la vida no es una conquista de estatus, sino una búsqueda constante de la excelencia.
¿Qué es entonces la nobleza de espíritu? En una entrevista, García-Máiquez responde con tres palabras: “heroísmo en reposo”. Se refiere a una serie de cualidades y valores que labramos, que como resultado cuidan nuestra alma, permitiéndonos sacar lo mejor de nosotros mismos. Apunta a que seamos excelentes con nosotros y con los demás. Por eso es una forma de aristocracia de espíritu, a la que pertenecen unos cuantos que se esfuerzan por ser excelentes en un mundo lleno de mediocridad. No estamos hablando de una nobleza que viene de la cuna, sino del espíritu. Con esto entendemos que encarna la dignidad humana y, por lo tanto, está abierta a todos. No obstante, “muchos son los llamados, y pocos los escogidos” porque no todos decidimos tomar ese camino, que requiere muchísimo esfuerzo, responsabilidad y paciencia.
Quizá la nobleza del espíritu es también parte de esa búsqueda de estatus que está inherente en los humanos.
Y es que esa nobleza de espíritu se traduce a todo lo que hacemos. Por eso, si en nuestro país hubiera más interés por ella, probablemente no tendríamos que preocuparnos tanto y ponernos tan nerviosos cada vez que hay elecciones, que se eligen magistrados o se nombran funcionarios públicos. Nos olvidamos de que, además de los méritos profesionales y académicos (que son extremadamente importantes), el honor, el compromiso y el respeto por el pasado, presente y futuro del país son imperantes. Así las cosas, hemos terminado con personas en el sector público que reúnen mucha ambición por el poder y el dinero, pero poca honorabilidad y convicción por el desarrollo del país.
Quizá la nobleza del espíritu es también parte de esa búsqueda de estatus que está inherente en los humanos. La misma palabra nobleza, proviene del latín “nobilis”, cuyo significado es “conocer” o ser “conocido”, y alude a ser distinguido por las virtudes que se poseen. Sin embargo, no es un reconocimiento o estatus banal ni egoísta. Cultivar la nobleza del espíritu nutre nuestra alma y permite que demos lo mejor de nosotros hacia los demás. Por eso mismo mi apuesta está en los jóvenes que con civismo y responsabilidad están constantemente motivándose a trabajar en ser mejores versiones de sí mismos para aportar a su país. Así, la nobleza de espíritu está ligada a nuestra república, que requiere de nuestra atención y participación para sobrevivir los muchos golpes que recibe de sus enemigos.