ALEPH
Nombrar como mujer
Nací en la segunda mitad del siglo XX, en la ciudad de Guatemala, y tengo una voz en mi sociedad, pero no por ello siento que solo desde mi particular experiencia pueda contar la de millones de mujeres que constituyen la mitad de la humanidad. Ni siquiera podría contar la de todas las mujeres guatemaltecas. Por otra parte, nada de lo que tenemos las mujeres hoy ha sido gratuito, por lo cual les tengo infinita gratitud a quienes nos antecedieron en rebeldía, propuesta y lucha. Finalmente, para muchas, sigue siendo un enorme obstáculo nacer mujer en Guatemala. Por eso, cuando escucho el “yo fui amada por mi padre, tengo un buen hombre a mi lado y nunca sufrí discriminación, por lo tanto no creo en eso de la lucha por la igualdad de las mujeres” me da pena ajena.
' Las leyes humanas y divinas que nos definen en sociedad han sido hechas por hombres.
Carolina Escobar Sarti
Para medir la situación de las mujeres en un país hay que cruzar muchas variables, entre las cuales está el acceso a la educación, a la salud, a la justicia, a la vivienda y el empleo formal, su participación social, sus salarios, los niveles de las distintas violencias que enfrentan, el número de embarazos en niñas y adolescentes, su presencia en las regiones de mayor pobreza y pobreza extrema, el presupuesto asignado a ellas, su seguridad alimentaria, el tratamiento que la sociedad da a sus adultas mayores, entre varias más.
A todo lo anterior hay que sumarle la historia de las mujeres en el mundo y, en particular, en Guatemala, porque podríamos recordarles a quienes carecen de memoria histórica hechos como que todas las mujeres guatemaltecas apenas pudieron votar hace apenas 58 años. Sí, en 1945 ya votaban, pero solo aquellas que sabían leer y escribir, y que conformaban un grupo bastante reducido que, por supuesto, no incluía a las mujeres indígenas. Podemos, también, traer a la memoria otro hecho: hasta finales de los años 90, las mujeres (según dictaba la ley) todavía le tenían que pedir a los esposos permiso para trabajar. Aunque no lo hiciéramos, estaba en la ley.
Y es que no hay Constitución o Biblia hecha por mujeres. Las leyes humanas y divinas que nos definen en sociedad han sido hechas por hombres a lo largo de la historia del patriarcado. Por eso, nombrar como mujer ha sido fundamental para mí y sé que lo es para muchas. Yo nombro como una mujer de mi tiempo, inscrita en mis circunstancias. Pero una mujer que nació hace 20 años en Rabinal, en Escuintla o en un asentamiento urbano periférico de esos que dan miedo tendrá sus propios relatos y narrativas. Es muy distinto nacer en una aldea remota o en una zona roja que en una zona residencial de la capital; es distinto hablar un idioma maya que hablar español, como también es distinto no tener acceso a la educación ni a servicios de salud, versus recordar los días en un “cole” bonito, con buena educación y tener médico de cabecera. No es lo mismo dar a luz en un hospital público, en medio de violencia ginecobstétrica, a dar a luz en un hospital privado donde hasta dejan al bebé estar con la madre y la familia. Esto ya lo sabemos todas, solo que a veces lo olvidamos.
Lo que sí es igual es la sociedad en la que nacemos. Las mismas leyes nos rigen a todas, aunque no se apliquen de la misma manera para todas las mujeres de una sociedad. Esta sociedad guatemalteca conservadora, machista y racista nos permite hablar de cosas comunes como las violencias que enfrentan las mujeres en todos los lugares y niveles socioeconómicos; nos permite hablar de la normalización de una violencia sexual que cada hora reporta 11 embarazos en niñas y adolescentes entre 10 y 18 años; nos permite hablar de las dobles y triples jornadas laborales que realizamos.
Hay que nombrar el mundo para que nuestro mundo exista. Hay que escuchar los mundos de otras mujeres para que sus mundos también existan. No hay que callar ante lo injusto, lo violento y lo que nos indigna. Hoy, 8 de marzo, sin que aún haya justicia para las que murieron quemadas en el hogar Virgen de la Asunción, volvemos a recordar la importancia de nuestra voz y de nuestros caminos.