ALEPH
Nos estamos jugando el país y su posible democracia
De nuestro voto depende el futuro de Guatemala y lo primero que sabremos en la madrugada del 21 de agosto próximo es si seguiremos en manos de ladrones o si comenzaremos a construir la democracia que nos merecemos. Enfrentamos, sin duda, la crisis política más profunda de los últimos treinta y ocho años. Las bases de la pseudo democracia que hemos vivido, desde mediados de los años 80 hasta hoy, se diseñaron y construyeron a la medida de los intereses de los grupos de poder económico, político y militar. Esto se refleja en la Constitución de 1985 y, varios años después, en iniciativas como la Ley de Comisiones de Postulación, entre muchas más.
' Una cosa es llegar a la contienda electoral; otra cosa es ganar las elecciones.
Carolina Escobar Sarti
Sin embargo, desde el 2015, este sistema de gobierno “republicano, democrático y representativo” (Art. 140 de la Constitución) que no ha sido tal en la práctica, está enfrentando cambios significativos que lo están llevando a su ruptura y reconfiguración. Cuando la corrupción comenzó a tener rostros y nombres; cuando los dueños del poder cambiaron de lugar en esta sociedad, al reconocer su participación en hechos de corrupción; cuando vimos competir en el mismo carril de la corrupción al capital tradicional y al capital narco, entendimos que habían comenzado a abrirse profundas grietas en el sistema. Entendimos, también, que la corrupción no se soluciona solo metiendo a gente a la cárcel, sino cambiando de fondo el modelito que la genera, la enraíza y la multiplica.
En aquel momento, la ciudadanía comenzó a ejercitar su músculo político y a tener una participación más consciente en la historia de Guatemala, especialmente dos actores que han aportado mucho para cambiar la correlación de fuerzas en el país: los pueblos originarios y las juventudes diversas. Y es que, en Estados secuestrados como el nuestro, donde las instituciones funcionan para la corrupción, somos y seremos nosotros, como ciudadanía, como pueblo, como gente, quienes tendremos que apostarle a construir democracia en todas partes, comenzando por nuestras calles.
A partir del 2015 comenzamos a sentirnos diferentes. Un cambio de era en materia de pensamiento y acción política comenzaba a gestarse. Sabíamos que este proceso llevaría tiempo, porque le estaba (y está) pidiendo a nuestra sociedad deconstruirse y repensarse, para volverse a imaginar. La imaginación construye futuros y, a tono con una tendencia mundial, hemos deseado vernos fuera de los marcos rígidos de la política tradicional y el pensamiento monolítico y bipolar. Gracias también a la tecnología, los cambios se están dando donde no los imaginamos y en menor tiempo. Si no, que lo diga la campaña austera, digital, innovadora, creativa y joven de Semilla.
Vuelvo al balotaje que se realizará el 20 de agosto. Aunque reitero que el momento del voto es emocional, tenemos la posibilidad de pensarlo bien antes de ejercerlo. Seis cosas me ayudaron a decidir mi voto: 1. Los planes de gobierno de cada partido y su posibilidad real de transformarse en políticas públicas y acciones concretas en la vida de todas y todos los guatemaltecos, sobre todo en la vida de niñas y niños; 2. Las personas, grupos y sectores que rodean, apoyan o financian a los candidatos (dime con quién andas y te diré quién eres); 3. La coherencia entre sus discursos a lo largo del tiempo, y entre estos y su práctica de vida; 4. La capacidad de expresarse adecuadamente, con argumentos sólidos, sin fanatismos ni violencia, con honestidad y congruencia; 5. Sus biografías y su participación (o no) en hechos de corrupción; y 6. Evidencias de querer manipular y/o boicotear los resultados electorales.
Un paso a la vez. Una cosa es llegar a la contienda electoral; otra cosa es ganar las elecciones y algo muy distinto es gobernar un Estado secuestrado. Estoy lista para votar por el sueño de una democracia real y participativa. La esperanza es necia.