PLUMA INVITADA

Otro dictador tiene un mal año

El término “dictador” proviene de la antigua Roma: un hombre al que la república otorgaba, de manera temporal, la autoridad absoluta durante las crisis. Las ventajas de un poder sin trabas en una crisis son evidentes. Un dictador puede actuar rápido, sin necesidad de pasar meses negociando una legislación o luchando contra los desafíos legales. Y puede imponer políticas necesarias, pero impopulares. Así que hay momentos en los que el gobierno autócrata puede parecer más eficaz que el desorden de las democracias sujetas al estado de Derecho. Sin embargo, la dictadura empieza a parecer mucho menos atractiva si se prolonga durante algún tiempo. Desde luego, el argumento más importante contra la autocracia es el moral: muy pocas personas pueden mantener un poder ilimitado durante años sin convertirse en tiranos brutales. Pero, más allá de eso, a largo plazo, la autocracia es menos eficaz que una sociedad abierta que permita la disidencia y el debate. Como escribí hace un par de semanas, las ventajas de tener a un autócrata que pueda decirle a todo el mundo lo que tiene que hacer se ven más que contrarrestadas por la ausencia de debate libre y pensamiento independiente.

' Un gobierno que miente siempre tiene problemas para que su pueblo lo escuche aun cuando dice la verdad. dice la verdad.

Paul Krugman

En aquel momento escribía sobre Vladímir Putin, cuya decisión de invadir un país vecino parece más desastrosa con el paso de los días. Por lo visto, nadie se atrevió a decirle que sobrevaloraba el poderío militar de Rusia, que los ucranianos eran más patriotas y Occidente menos decadente de lo que él suponía, y que Rusia seguía siendo muy vulnerable a las sanciones económicas. No obstante, mientras todos estamos obsesionados, con justa razón, con la guerra de Ucrania —estoy tratando de limitar mi lectura de las noticias de Ucrania a 13 horas al día—, cabe señalar que en otra gran autocracia del mundo se está produciendo una catástrofe muy diferente en apariencia, aunque, en un sentido profundo, relacionada: China, que ahora experimenta un desastroso fracaso de su política anticovid. Sé que en Occidente creemos que ya superamos la pandemia, aunque sigue matando a 1,200 estadounidenses al día y las infecciones estén aumentando de nuevo en Europa, lo que quizá presagia una nueva ola en nuestro país.

China, en definitiva, no ha superado el covid-19. En Hong Kong, que durante mucho tiempo pareció casi indemne, ahora hay cientos de muertes diarias, una tragedia que recuerda a la de principios de 2020 en Nueva York, cuando no había vacunas y no sabíamos mucho sobre cómo limitar la transmisión. Hubo cosas que salieron mal. Mientras gran parte del mundo recurría a las vacunas de ARNm —una nueva metodología que se adaptó con una velocidad asombrosa para atacar el virus—, China insistió en usar sus propias vacunas, que dependían de tecnologías anticuadas. Además, trató de desalentar la adopción de vacunas occidentales mediante la desinformación y teorías conspirativas.

Esta desinformación sobre la tecnología del ARNm no solo disuadió a la gente de aplicarse las vacunas más efectivas, sino que generó desconfianza hacia las vacunas en general. También puede reflejar una desconfianza más amplia hacia el gobierno; los líderes chinos mienten a su pueblo todo el tiempo, así que, ¿por qué creerles cuando dicen que hay que vacunarse?

La cuestión es que todos estos fracasos, al igual que los de Putin en Ucrania, se derivan en última instancia de la debilidad inherente al gobierno autócrata. En lo que respecta a las vacunas, China sucumbió al tipo de nacionalismo miope, tan común en los regímenes autoritarios. ¿Quién querría haber sido el funcionario de salud que le dijera a Xi Jinping que sus tan cacareadas vacunas eran muy inferiores a las alternativas occidentales, en especial después de que los compinches de Xi hubieran hecho todo lo posible por afirmar lo contrario?

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