IDEAS

Paso a paso, perdemos la libertad

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“La libertad nunca está a más de una generación de extinguirse. No la transmitimos a nuestros hijos en la sangre. La única manera de que hereden la libertad que nosotros hemos conocido es que luchemos por ella, la protejamos, la defendamos, y luego se la entreguemos con las lecciones bien aprendidas de cómo ellos, en su vida, deben hacer lo mismo. Y si usted y yo no hacemos esto, entonces bien podríamos pasar nuestros últimos años de vida contándoles a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos cómo era EE. UU. cuando los hombres eran libres!. Ronald Reagan, 1961. Esta es una de las frases de Reagan que más me gusta. Advierte que no debemos dar por sentada la libertad porque es muy frágil y puede perderse a la vuelta de la esquina. Va muy en el espíritu de la famosa frase de Thomas Jefferson: “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”.

' La libertad la perdemos con cada nueva legislación que los políticos aprueban, con cada nueva regulación que se le ocurre a algún burócrata.

Jorge Jacobs

En este día que se conmemora el 202 aniversario de la independencia de nuestro país, pienso que es todavía más importante que reflexionemos sobre esa libertad de la que todavía gozamos, pero que, como bien advertían ellos, se puede perder muy fácilmente.

En estas épocas la libertad generalmente no se pierde bajo la bota de un ejército invasor —pero todavía sucede, aunque más bien por bombas que botas, como trágicamente lo han aprendido millones de ucranianos— sino que se va perdiendo poco a poco, paso a paso, a manos de los políticos, los burócratas y los tontos útiles que creen que la solución de todos los problemas de la humanidad está en el gobierno.

Contrario a la gran tradición liberal, que a lo largo de los siglos siempre ha buscado poner límites al ejercicio del poder, quienes creen que el gobierno es la solución a sus problemas —de buena o mala fe— consienten en dar a los políticos y a burócratas —que no existe tal cosa como “el gobierno”— un poder cada vez más grande sobre sus propias vidas, con lo que voluntariamente —o a veces inconscientemente— renuncian a su libertad por una fútil promesa de una vida mejor. No les importa ir cediendo cada vez más de su libertad a cambio de una supuesta “seguridad” que los gobernantes les darán. Otra frase célebre, de Benjamín Franklin, “quien renuncia a su libertad por seguridad, no merece ni libertad ni seguridad”. La libertad la vamos perdiendo, paso a paso, con cada nueva legislación que los políticos aprueban en la que buscan cómo intervenir, un poco más, en nuestras vidas. La perdemos con cada nueva regulación que se le ocurre a algún burócrata.

Lo peor de todo es que, precisamente porque es paulatino y en la mayoría de las ocasiones ni nos damos por enterados, cuando sentimos, nuestra esfera de acción libre se ha reducido y la opresora de los gobernantes se ha ampliado. Y esa es la gran batalla de los tiempos. Los estatistas tratando de ampliar los poderes de los gobernantes. Los defensores de la libertad buscando limitarlos. Es una batalla de nunca acabar, como bien lo plantearon Jefferson y Reagan. No importa cuantas batallas hayamos peleado en nombre de la libertad, siempre habrá una nueva en el horizonte, porque los enemigos de la libertad no descansan. Son como el Cerebro y Pinky, que cada día se despiertan pensando cómo van a conquistar al mundo y sojuzgarlo.

Y si nosotros, que amamos la libertad, no estamos dispuestos a dar cada día esta nueva batalla en contra de sus enemigos, estaremos condenados, como lo sentenciaba Reagan, a pasar nuestros últimos años lamentándonos sobre cómo era nuestro país cuando éramos libres. Y no se crea por un momento que eso no nos puede pasar a nosotros. Si no me cree, pregúntele a cualquier venezolano que encuentre en alguna esquina pidiendo limosna para llegar a EE. UU. Termino con el grito de guerra que ha popularizado Javier Milei (con el que anulé mi voto en la reciente elección): “¡Viva la libertad, carajo!”

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