LA BUENA NOTICIA

Pretender hacer de Dios nuestro deudor es la mayor blasfemia en el régimen cristiano.

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Las cosas tienen un precio y si las quieres, debes pagarlo. Los reconocimientos son el premio al esfuerzo. El salario es pago por el trabajo. El ámbito de la familia puede ser una excepción a esa regla, pues allí los padres se sacrifican por los hijos y les dan sin recibir nada a cambio. Pero con frecuencia, incluso allí, detrás de la generosidad de los padres durante la crianza de los hijos late la expectativa de recibir apoyo de esos hijos cuando llegue la invalidez de la ancianidad. Así resulta que las dinámicas de gratuidad son raras y cuando se dan, admirables y hasta inexplicables.

' El evangelio introduce de manera clara y contundente el régimen de la gracia.

Mario Alberto Molina

No es raro que esa misma regla de justicia conmutativa se aplique con frecuencia a las relaciones con Dios. Hago una ofrenda a la iglesia, con la esperanza de que Dios me dé lo que le pido. Deseo la curación de mi hijo y prometo cumplir tal o cual acto de religión, si Dios le da salud. Soy tan gran pecador, que tendré que hacer una gran ofrenda para obtener el perdón de Dios. O por el contrario, he sido tan buen cumplidor de mis deberes para con Dios, he sido tan observante de las normas morales, he sido tan íntegro e intachable que Dios está en deuda conmigo; me he ganado el cielo a pulso.

La novedad del evangelio de Jesucristo es que introduce de manera clara y contundente el régimen de la gracia en la relación de los hombres con Dios. No es el arrepentimiento humano el que despierta en Dios la voluntad de perdonar; es el perdón ofrecido y garantizado por Dios el que suscita en el corazón del pecador la voluntad de arrepentirse y habilitarse así para recibirlo. No es nuestra oración la que informa o convence a Dios de ser benévolo y ofrecer su salvación, sino que es la oferta segura de salvación la que suscita la oración como deseo que habilita a la persona para acogerse al don de Dios. No somos nosotros los que buscamos a Dios y lo encontramos, sino que es Dios quien nos crea y nos conoce y se hace encontradizo y por eso pone en nosotros el deseo de buscarlo y la alegría de encontrarlo. Cristo no vino para premiar a los que se creen santos, sino como salvador de los que se reconocen enfermos y pecadores.

Ante Dios, nuestras buenas obras y nuestra obediencia a sus mandamientos no son nunca logro de nuestro esfuerzo con el que podamos hacer de Dios nuestro deudor, sino que, por el contrario, esas buenas obras y esa santidad de conducta son siempre agradecimiento que surge de la conciencia de haber sido primero agraciados y bendecidos por Dios. Pretender hacer de Dios nuestro deudor es la mayor blasfemia en el régimen cristiano. Por el contrario, el reconocimiento humilde y sencillo de que ante Dios somos siempre nosotros los deudores es la actitud que nos hace gratos a Dios. Él fácilmente acoge al pecador que se reconoce tal y se arrepiente; en cambio resiste y rechaza al que pretende presentarse ante él con arrogancia y autosuficiencia.

Se puede reconocer una cultura como cristiana si tiene prácticas e instituciones de gracia. En la Vía Arénula, en Roma, se ubica el actual Ministerio de Justicia italiano. Hace unos años, caminando por el lugar, me llamó la atención la inscripción cincelada e indeleble en el friso del edificio que lo alberga: Ministerio de Gracia y Justicia. Ese nombre es un vestigio de cultura cristiana, pensé. La justicia por sí sola nunca restablece el orden y la equidad; la gracia del perdón y del favor sin condiciones la complementa, humaniza y lleva a plenitud. Pero a medida que se descristianiza la cultura se hacen más raros los gestos de gratuidad y de favor a fondo perdido.

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