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¿Qué es la Teoría Crítica de la Raza?

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Está calando en nuestras conversaciones políticas la Teoría Crítica de la Raza (TCR). En Estados Unidos, esta nació en círculos académicos, pero versiones ligeras han sido cooptadas por grupos políticos. Central a la teoría es la noción de que la supremacía racial blanca se hace valer mediante estructuras legales y sociales que son reforzadas por unas identidades raciales artificiales, construidas por la sociedad. “Siglos después de la emancipación, perduran patrones de desigualdad”, subraya Kimberlé Crenshaw, profesora de Derecho de la Universidad de California en Los Ángeles. Propone reivindicar las injusticias cometidas incluso de forma inadvertida, por la raza dominante, mediante una revolución.

The New Yorker, una revista de izquierdas, afirma que la mente detrás de la TCR es un abogado y activista de los derechos civiles, Derrick Bell. A pesar de las conquistas en derechos civiles de los años sesenta, logradas por figuras como Martin Luther King, Bell sintió pesimismo respecto de la posibilidad de igualar a negros y blancos, debido al sistema en sí. En 1980, Bell aceptó la decanatura en Derecho en la universidad de Oregon y abandonó Harvard, donde impartía el curso “Raza, racismo y la ley americana”.
Un grupo de estudiantes, incluyendo a Kimberlé Crenshaw, acusó a Harvard de ser indiferente a cuestiones raciales por su decisión de dejar de impartir el curso. El incipiente movimiento tomó por asalto la llamada Teoría Crítica del Derecho, que sostiene que la ley no es un instrumento neutro, sino una herramienta favorable a quienes ostentan poder. Para los “race-crits”, sin embargo, estos aliados intelectuales, los “crits”, no podían negar su ascendencia blanca ni su pertenencia al equipo opresor.

' ¿Quiénes promueven estas teorías raciales?

Carroll Rios de Rodríguez

Bell retornó a Harvard y presionó a sus jefes para que diversificaran sus contrataciones, pues nunca habían contratado una mujer negra en su facultad. Entre tanto, Crenshaw había acuñado el término “interseccionalidad”: algunas personas son discriminadas por caber dentro de más de una categoría marginada. Ser mujer y negra, por ejemplo. En abril de 1990, el estudiante y presidente de la revista de Derecho, Barack Obama, aplaudió a Bell en un rally por sus ideas radicales. Los adeptos a la TCR tuvieron dificultad en encajar dentro de su narrativa el hecho de que Obama fuera electo presidente del país, y retratan la posterior elección de Donald Trump como una reacción viruntenta del supremacismo blanco.

El proyecto 1619 de New York Times es emblemático de la TCR. El proyecto recluta a autores afroamericanos para reescribir la historia estadounidense, dando protagonismo a la esclavitud y a los personajes afrodescendientes que forjaron la nación. El material será usado para impartir clases de historia a niños y adolescentes en miles de colegios.
El politólogo James Hanley dice que la TCR adolece de tres fallas graves. Los “race-crits” activistas no quieren eliminar las estructuras de poder blancas, sino usurparlas.

Irónicamente, ellos quieren tomar poder sobre las leyes y de la política. La segunda falla es que destruye la independencia de criterio; reprimir cualquier disentimiento, particularmente si proviene de grupos minoritarios. En tercer lugar, abusa de los niños porque, al nivel primario, estos aprenden que la persona de otro color es su enemiga, y los niños blancos aprenden que sus padres son malos.

Versiones del marxismo cultural gramsciano, como la TCR, no remedian, sino exacerban, problemas de odio y resentimiento. En cambio, los derechos humanos universales, ciegos al color de nuestra piel, son la base para construir una convivencia pacífica, libre y en paz.

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