RINCÓN DE PETUL
¡Qué favorón!
Siempre antes me admiró la planificación estratégica con la que, tras bambalinas, en las sombras de la muerte y la oscuridad de la noche, la alianza cooptadora, ladrona de futuros, sicaria de los sueños ciudadanos, trabajó. De la mano, los esos con los otros, bien abastecidos de fondos, eso sí, financiados y prometidos de su untada, los maquinistas del cáncer que corrompe a esta criolla patria siempre parecieron actuar de maneras asertivas. Lograron sus mezquinas pretensiones. Un gobierno del pueblo, en aurora pero quebradizo, hubo que ahogarlo. Esa república idealizada en la constitución del 85 fue tomada, lo sabemos. Pero hay que fijarse en el plan; en la forma como se tomó. Desde cuándo se ideó. Cómo cada pequeña batalla se ejecutó. Tomando cortes; cuerpos electorales; las curules y diputaciones; las alcaldías y los fueros. Todo, uno por uno, fue tomado con la destreza de un satán. Engañoso. Pérfido y maquinador. Y así, sus banderas siempre salieron triunfantes, apagando llamas que clamaban la esperanza: “Que la soberanía”, y echaron a la ayuda externa; “que banderas en formas de Dios”, y la ansiada libertad se amarró; “que el temor a un comunismo inexistente”, y la equidad que se anhela, feneció. En contra de su propio bien, el pueblo siempre los siguió. Azuzado, incitado. Siguiendo, como se sigue a un satán.
' Ya no admiro su maquiavélico aparato.
Pedro Pablo Solares
Pero parece que esos nuncas, finalmente, siempre llegan. Como cuando, tras mil días de opresión, el maldito bicho cedió, librándonos por fin de la muerte y de las mascarillas. Hombre o virus, siempre cae un tirano. A veces, en la humanidad, las pesadillas que parecen eternas, no lo son. Que lo diga Sudáfrica, tras casi medio siglo de exclusión. En España un Franco y en Chile, Pinochet. No vieron solo cómo cayeron ellos, vieron cómo cayó todo lo que representaban y lo que pretendieron implantar en el pensamiento universal. En nuestra Guatemala de colores, los Ubicos, los don Manueles, con sus propias habilidades, pasaron. ¿Qué lección tenemos? Que el régimen de robo e impunidad de los de hoy, también fenecerá.
Siempre antes me asombró la planificación estratégica con la que, tras bambalinas, en las sombras de la muerte y la oscuridad de la noche, la alianza cooptadora, ladrona de futuros, sicaria de los sueños ciudadanos, trabajó. Pero hoy se ven quebrados. Expuestos y quebradizos. Sus estupideces en forma de argumentos jurídicos —porque eso es lo que son— se ven impotentes. Menos pueblo les creyó. Menos pueblo los siguió. La oposición a la que atacan representa esperanza. Decencia. Mientras más claman fraude (jaja), más se exponen como patéticos perdedores. Mientras más accionan contra los victoriosos, más se acuerpa un sentimiento en Guatemala. Su estrategia a la inversa. Ya no admiro su maquiavélico aparato.
Las calles de Guatemala siguen hoy como siempre. En las montañas, la gente llama al coyote guía que los conduce al Norte escogido. En la satélite ciudad, la extorsión persiste amenazando. Y ayer lo asesinaron porque no pagó. Sí, los padres aún no tienen los recursos necesarios. Y el maestro del hijo otra vez no llegó a enseñar. El estado persiste en el dieciochavo país más desigual del mundo. Pero hoy, el régimen presidencial, que —como el azadón— no tiene para más que para los deseos de glotonería y lujuria, perdió la lucha doctrinaria. La bandera ideológica. Mientras escondido, tras operadores fantasmas, clama contra los vencedores, más se mira como un peligro y como patético perdedor. Los aliados de la impunidad se preocupan. Al sector privado organizado, ese, hasta el tuétano convenenciero, se le ve desquebrajado. La vileza es poderosa, pero no hay campo para mucho más allá. Mientras más le atacan, más fervor es el que crece. Más gente se adhesiona. Por eso es que han quemado velas. No hay marcha atrás para el ladrón. Es la historia de la humanidad. El acaparador ve cómo mantiene el privilegio. Y hoy, la estrategia les juega en contra. Mientras más atacan más conceden a la oposición. Quizás es un favor el que les hacen. Publicidad gratuita del torpe acorralado: si el ladrón los ataca, pues yo los quiero escuchar.