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Religión y política, más allá de la secularización

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Aunque la Constitución Política de 1985 declara que Guatemala es un Estado laico y hasta hace algún tiempo parecía que la secularización había barrido por completo los viejos vínculos entre religión y política, ahora es evidente que los escenarios han cambiado. Pareciera que existen muchos intereses comunes entre ambas esferas, y resurge esta perversa unión con mucha más fuerza que en el pasado.

' Es necesario hacer una distinción clara entre las competencias de la Iglesia y el Gobierno.

Brenda Sanchinelli

El recurso flagrante de algunos líderes políticos, para evocar el nombre de Dios, la Biblia o los símbolos religiosos para legitimar su credibilidad, no es una novedad, de hecho repite esquemas obsoletos que, sin embargo, se creían definitivamente dejados de lado. Pero el otro lado de la moneda son los líderes religiosos tratando de incidir en la mente de sus feligreses para que otorguen su voto por tal o cual candidato. Esto no es ético, ni mucho menos refleja una actitud de un dirigente espiritual que debería estar llamado a regirse por los lineamientos escritos en la Biblia, que en ningún momento ordena a los pastores o sacerdotes involucrarse en temas políticos.

Haciendo referencia a las Sagradas Escrituras, cuando los fariseos quisieron hacer caer a Jesús en temas de política, para evidenciarlo —según ellos—, surge la frase: “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22, 15-21), indicando claramente la existencia de dos dimensiones distintas. La de la sujeción a las leyes civiles impuestas por el Estado y la de la obediencia a la autoridad de Dios desde la fe religiosa. De esta cuenta, queda clara la actitud que debe tener un auténtico creyente ante los gobernantes.

El espíritu de nuestra Constitución es muy claro en este sentido, y su fin es evitar que una persona pueda aprovecharse del lugar espiritual que ocupa en una congregación para influenciar político-partidariamente a las personas que militan en una iglesia. Aunque algunos pretendan hacer de este tema un dilema moral, ético y espiritual.

Sobre todo, ahora, cuando vemos líderes religiosos comerciando con la fe, y fue Jesús mismo quien advirtió en Mateo 24:4 sobre la apostasía, que no es otra cosa que apartarse de los principios del Evangelio para eliminarlos o tergiversarlos. Y aquí surge la sabia frase: “Por sus frutos los conoceréis”.

Aunque antes era la iglesia Católica la que incidía fuertemente en la política nacional, ahora es la fe evangélica, y específicamente los dirigentes de los grandes templos, quienes están protagonizando este nuevo affaire gobierno-megaiglesias. Lo que se percibe a nivel popular es una desconfianza tendencial hacia cualquier mezcla entre religión y política, sus liderazgos y los valores confesionales y derechos del ciudadano.

Es necesario hacer una distinción clara entre las competencias de la Iglesia y el Gobierno. Y aunque no sean estrictamente independientes ni se puedan desligar completamente la una de la otra, la Iglesia siempre debe mantenerse al margen de las opiniones políticas. Sobre todo, en el púlpito, para evitar divisiones innecesarias entre los fieles. Y mantener el ámbito espiritual al margen de los aspectos negativos que conlleva la política en el siglo XXI.

En este país cuyo porcentaje de cristianos es uno de los más altos de América Latina, es necesario exhortar a los más de 45 mil pastores de las diferentes denominaciones e iglesias del país a orar por Guatemala y sus gobernantes, e instar a los feligreses a emitir su voto de manera responsable y sabia. Pero nunca salirse de los límites de la ética que debería conllevar su liderazgo religioso para tratar de influir en la decisión personal de cada ciudadano, para emitir su voto por determinado partido político.

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