NOTA BENE
Retroceso
En estos días de convulsión política por causa de los bloqueos, se escucha cada vez más bravo el discurso de odio. En las calles y las redes sociales, algunas personas nos separan en grupos antagónicos: pueblo contra oligarcas, indígenas contra ladinos, campesinos contra capitalinos, demócratas contra “golpistas”, progresistas contra conservadores, ricos contra pobres.
' ¿Es lo nuestro apedrear?
Carroll Ríos de Rodríguez
Las turbas replican consignas con sabor al prolongado conflicto armado. Hablan de salir “nuevamente a las trincheras de lucha” y de la “lucha del pueblo” contra la opresión. Surgen comparaciones entre el paro actual y una narrativa romántica de la rebelión indígena liderada por Atanasio Tzul (1760-1830) contra los españoles. Dicen que este levantamiento es una “segunda primavera democrática”, en alusión a la revolución de octubre de 1944. Acusan a los policías y a las fuerzas armadas de ser cobardes y, contradictoriamente, de violar represivamente los derechos humanos. Parafrasean a Carlos Marx cuando acusan al cristianismo de ser el opio de las masas. Los organizadores de estas manifestaciones abiertamente dijeron que querían dañar “a los ricos y narcos” que supuestamente viven en Cayalá. Los manifestantes se comportan como el peor bully de la escuela cuando obligan a personas a hacer un baile denigrante o a pagar una extorsión antes de concederles, como si fuera un gran favor, su derecho de libre locomoción.
Suspiramos cuando se firmaron los acuerdos de paz en 1996. Tras 36 traumáticos años de una guerra empobrecedora, los guatemaltecos recuperamos la oportunidad para reconstruir el país sobre las bases de principios republicanos y los derechos universales a la vida, la libertad y la propiedad. Poco a poco se ha ido labrando una sociedad plural en la cual guatemaltecos de distintas etnias, religiones y convicciones políticas trabajamos pacíficamente y colaboramos unos con otros para sacar adelante nuestros respectivos proyectos familiares. Con el paso del tiempo aprendimos a vernos como gente de talante recio y laborioso. Los guatemaltecos amamos a Dios, a nuestros familiares y amigos, y a nuestras tradiciones. Somos emprendedores, innovadores y creativos. Somos corteses, nobles y agradecidos. Los extranjeros comentan admirados cómo nos saludamos amablemente entre extraños y nos solidarizamos instantáneamente después de un desastre natural.
¿Se deshilvana el tejido social que tomó décadas restaurar? ¿Es lo nuestro lanzarnos piedras e insultos? ¿Es lo nuestro provocar pérdidas irreversibles, desempleo, sed y hambre a nuestros propios vecinos? ¿Vandalizar e incendiar bienes? ¿Matar?
Los políticos manipuladores sacan la bandera de la unidad y la paz, pero nos dan de comer divisionismo. Sufren tanto los receptores del odio, del resentimiento y de actos terroríficos, como los que se dejan carcomer por estas negativas emociones. Los políticos pretenden encapsularnos dentro de una categoría colectiva, ya sea de clase, género o etnia, y atribuir a ese colectivo la calidad de opresor o de víctima. Luego, atribuyen a inexorables fases históricas ese conflicto entre hermanos que maquiavélicamente fabricaron. Sobre nuestra sangre y las cenizas del país incendiado, se instalan en el poder, desde donde reprimen y cometen abusos. No caigamos en su trampa.
Guatemala tiene muchos problemas y un largo camino que recorrer, sí. Aún no hemos logrado un verdadero Estado de Derecho, una gestión gubernamental transparente, un sistema político partidista estable y una democracia liberal sólida. Sin embargo, la violencia y el discurso de odio marxista jamás serán la fuente de reformas gubernamentales sensatas que afiancen nuestras libertades.