NOTA BENE

¡Se cancela!

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Edimburgo, Escocia, queda a 6,022 kilómetros de Minneapolis, Estados Unidos. A pesar de las diferencias entre estas ciudades, el 13 de septiembre las autoridades de la Universidad de Edimburgo removieron el nombre del filósofo David Hume (1711-1776) de un edificio. Negaron a un hijo predilecto de su ciudad y una estrella de la ilustración escocesa porque fue acusado de haber redactado epítetos racistas. La torre se rebautizará 40 George Square, en honor de George Floyd, el estadounidense afroamericano que murió en Minneapolis asfixiado por un policía. Tras culpar al racismo de su trágica muerte, los movimientos Las Vidas Negras Importan (Black Lives Matter, BLM) y Antifa desataron una violenta ola de protestas, incendios y hurtos que ya cobró 19 vidas (Forbes) en Estados Unidos.

BLM y Antifa también alientan la revolución contra la historia. Los manifestantes han destruido y profanado estatuas de Cristóbal Colón, Junípero Serra (acusado de haber cometido abusos contra indios americanos), George Washington y hasta del expresidente Ulysses S. Grant, quien compró un esclavo para liberarlo y nombró funcionarios a personas de color. Han pintarrajeado y aniquilado imágenes de Jesucristo y de la Virgen María. El 15 de septiembre, Isaiah Cantrell decapitó una estatua de Jesucristo en la iglesia de San Patricio, en El Paso, Texas, porque “su tez es del color equivocado”.

' ¿Es mejor negar o reescribir el pasado que estudiarlo?

Carrol Rios de Rodríguez

La esclavitud, el racismo y el machismo históricos son innegables. Algunos jóvenes quieren permanecer ignorantes o efectuar revisiones que protagonicen a personas de color. Se proclaman víctimas de las personas que vivieron siglos antes. Su actitud se encuadra dentro de la “cultura de cancelación” (cancel culture), la cual pretende eliminar de los espacios públicos a personas, especialmente a celebridades y políticos, que han dicho o hecho algo objetable. Las redes sociales pueden silenciarnos. Pueden boicotear nuestros productos o conferencias, o exigir nuestro despido. La cuestión ha escalado a niveles casi ridículos: los temerosos actores Ryan Reynolds y Blake Lively se disculparon por casarse en una plantación sureña, y la banda femenina Dixie Chicks se cambió de nombre a Chicks. ¡Basta la momentánea asociación a sitios conflictivos para ser tachados como supremacistas blancos! Es francamente totalitaria la turba progresista que cancela todo aquello que le desagrada.

David Hume lleva 234 años bajo tierra: ni se enteró de su nuevo estatus. Sin embargo, cancel culture ha destrozado las carreras de personas vivas. Recientemente dimitió el editor de The Philadelphia Inquirer, Stan Wischnowski, quien ofendió a BLM al publicar un artículo que lamenta los daños provocados por los manifestantes a emblemáticos edificios. Es icónico el caso del exprofesor de Evergreen College Bret Weinstein, un biólogo y evolucionista con tendencias progresistas. En 2017, hordas de estudiantes lo acosaron por oponerse a “un día de ausencia”, durante el cual las personas blancas no podían deambular por el campus. Weinstein replicó que la libertad de expresión no se basa en el color de nuestra piel. La Asociación Nacional de Académicos calcula que 99 personas han sido canceladas a la fecha en universidades de Estados Unidos y Canadá; la inmensa mayoría de ellas fueron cortadas del 2015 para acá.

¿Qué suplantaría a la cultura judeocristiana y occidental que quieren obliterar? ¿Qué se puede construir sobre la arena movediza del relativismo moral, la victimización, el lenguaje soez, la fluidez de género, un ateísmo agresivo (tan distante del de Hume), el doble discurso orwelliano, la intolerancia, la ignorancia y un rotundo no a la racionalidad?
Guatemala simplemente no puede contagiarse de esta descomposición social.

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