MIRADOR

¿Seguro que la Cicig se fue?

Algunos se congratulan en la medida que los candidatos políticos están dispuestos a que Cicig regrese.
Esa cortedad de miras ignora que aquella comisión internacional —o mejor dicho su forma de operar— sigue plenamente vigente en el país. Antes allanaban viviendas, como ahora; detenían los jueves o viernes y presentaban ante el juez los lunes, también ahora; si el tribunal liberaba al detenido, lo señalaban de no hacer bien su trabajo, mismo que ahora vemos; presionaban a jueces para que sentenciaran como el autoritarismo de turno reclamaba, lo que vemos en ciertas judicaturas en estos días; exponían pública y mediáticamente al acusado, quien quedaba irremediablemente condenado, lo que modernamente hacen en redes sociales; ingresaban a los detenidos en prisión provisional o preventiva, justamente como ahora; se “aceptaron” culpas para no permanecer en prisión, ahora las aceptan pero dicen que los “fuerzan”; algunos huían y se escondían con idéntico miedo al que ahora otros manifiestan tener; se estigmatizaba a la persona mucho antes de ser juzgada y condenada, como en la actualidad; y un fiscal se asociaba constantemente a una jueza, aunque ahora hay inversión de género, porque es una fiscal a un juez. Se aceleró un juicio por genocidio, con igual velocidad a la que ahora utilizan para otros procesos. Encerraron en prisión, por más de siete años, a personas que hasta hace poco recobraron su libertad, y se mantiene presos a ancianos militares que aún no han sido juzgados. Pocas quejas y voces se levantaron contra aquella debacle, lo que contrasta poderosamente con los aireados escándalos de ahora.

Procedimientos idénticos o muy similares, inventados por Cicig, perfeccionados por la FCT. Seguidores de la primera se quejaban de la segunda, actualmente es a la inversa, y la justificación es que son cosas distintas, pero no, es idéntica forma de proceder desde ángulos opuestos. Lo peor no es que aquellos iniciaran procesos cuestionados, politizados y aplaudidos, sino que estos, conocedores del daño que causaron, los repitan, perfeccionen, y sean enaltecidos. ¡Ya basta, carajo, de tanto abuso!

' Nos pasamos la justicia por el arco del triunfo, la venganza ocupa su puesto y se pretende reclamar un cobarde heroísmo.

Pedro Trujillo

Nos pasamos la justicia por el arco del triunfo, la venganza ocupa su puesto y se pretende reclamar un cobarde heroísmo propio de mentes infantiles que no pasaron la pubertad del desarrollo neuronal. Personajes mediocres que dicen salvar el país, cuando realmente condenan el futuro al elevar el péndulo tan alto que la caída posterior terminará arrastrando a muchos de los que ahora ríen estúpidamente las ocurrencias de tales sediciosos. Antes —reconózcanlo— se cometieron excesos denunciados desde diversas tribunas, pero no son diferentes a los actuales.

Este país tiene demasiada sed de sangre y gusta humillar, presionar, juzgar, encarcelar, y si se pudiera matar a “los enemigos”, mucho mejor. Los misteriosos “chairos” destruirían a los indefinidos “corruptos”, y estos últimos a los primeros. Al final, no quedaría nadie porque el ardor y la sinrazón hacen que optemos por extremos. ¡Puro primitivismo!

Es preciso levantar la voz y gritar que basta de persecuciones, presiones e irregularidades, y que en la medida que sean consentidas y no se apueste por justicia —en lugar de venganza— este país se destruirá más todavía. La reconciliación debe buscar, con el esfuerzo de todos, el equilibrio necesario y dejar que la justicia funcione. Ya hemos visto lo perjudicial de estar en cualquier extremo, y todos sufrimos directa o indirectamente la acción de esos dos grupos. Si de uno salimos, es hora de sacudirse al otro, en bien de un futuro en paz. No más autoritarios, dictadorzuelos, inquisidores y mercenarios jurídicos ¡Ya basta de tantos gañanes miserables destruyendo el futuro de un país que no le importa a ninguno!

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