ALEPH
Un canto subyacente humanofonal
El nombre de este artículo no es común, porque no habla sobre alguien o algo común. Es un nombre de los que usualmente usa el gran maestro Joaquín Orellana para nombrar sus creaciones. Recuerdo que, hace ya más de 6 años, un 31 de agosto de 2016, asistí a un evento en el Teatro Nacional que no olvidaré: un concierto histórico, de esos que le habitan a una para siempre. Los instrumentos que una y otra vez me maravillaron en el sótano del Teatro imaginado por el también maestro Efraín Recinos, donde Joaquín juega, crea, pace demonios y expulsa, se crecieron en el escenario que los hospedó esa noche. Las armonías no fueron las acostumbradas. Los instrumentos tenían formas distintas. Los tiempos nos impedían predecir el siguiente movimiento, el siguiente acorde, el próximo silencio, el final de la interpretación.
' Gracias, Joaquín Orellana, por tanto. Que las generaciones de hoy y mañana reconozcan el tamaño y anchura de tu obra.
Carolina Escobar Sarti
Todo sorprendía, todo nos pedía completamente allí, porque con la música de Joaquín somos nosotros el tiempo, el movimiento, la interpretación. Así sentí su música aquella vez. Así sentí que nos habitaba y era habitada. A ratos, sentí como si hubiera agua alrededor de las voces que la interpretaban, a ratos fue el aullido más primitivo, y luego sentí que ya estábamos conociendo todos los sonidos del futuro. Nos puso en fila. Él se puso enfrente. Cada uno de nosotros tenía en las manos un útil sonoro, y nos hizo sonarlo.
Sus instrumentos tienen nombres de agua que brota, de marimbas resucitadas, de lamentos, de enjambres de abejas, de aldea arrasada, de sombras, de letanías, de paisajes urbanos y rurales guatemaltecos, de carcajadas, de mendigos fuera del templo. Por eso tienen nombres como Sinusoido, Imbaluna, Circumar, Ululante, Tubarc o Sonarimba, entre otros. En este concierto me quedó un poco más claro al escuchar “Fantoidea”, “Híbrido a presión”, “Ramajes de una marimba Imaginaria” (que nace de sus “Humanofonías” de los años 70) y “Sacratávica”. No es música para entender sino para sentir, no es música que pueda aprenderse de memoria, que pueda corearse rítmicamente o cantarse en medio de una borrachera. Es música para ser escuchada y reinterpretada desde nuestros cuerpos, porque es universal y no tiene tiempo, ni lugar ni intención de ser la número uno en ventas. Joaquín es una especie de padre de la música electroacústica en Guatemala y tiene mucho que decirle a la música latinoamericana y mundial.
Hoy Joaquín tiene 85 años. La gran maestra, Ethel Batres, formada en el Conservatorio Nacional y en la Escuela para Maestros de Formación Musical, acaba de hacerle un merecido homenaje a él y a su obra en la Feria Internacional del Libro. Ella, con sus más de 20 libros escritos y publicados, trabajó su tesis sobre los útiles sonoros creados por Orellana y utilizó algunos de ellos para crear talleres para niños y niñas, lo que resultó en “grandes descubrimientos con los sonidos y la creatividad infantil”.
Según un video del Aporte para la Descentralización, Adesca, Orellana es hoy en día uno de los mejores compositores en Latinoamérica, fusionando la música electroacústica con instrumentos creados por él mismo. Se graduó de violinista en 1959 en el Conversatorio Nacional de Música de Guatemala, y a los 17 comenzó a componer su “Exorcismo para piano”. El 28 de junio de 2017, Orellana estrenó su Sinfonía “Desde el Tercer Mundo”, en Atenas Grecia, durante el festival Documenta 14, el más importante a nivel internacional en exposiciones de arte contemporáneo, interpretada por la Sinfónica de Atenas y los coros de aquel país. Luego, esa misma sinfonía fue presentada en Guatemala.
Gracias, Joaquín Orellana, por tanto. Que las generaciones de hoy y mañana reconozcan el tamaño y anchura de tu obra.