LA BUENA NOTICIA

Vida con sentido

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Las religiones son sistemas que articulan el sentido del mundo y de la propia existencia para quienes participan en sus creencias y ritos. Jesús mismo, en cierta ocasión, propuso a sus discípulos un par de preguntas que van directo a la cuestión del sentido de la vida: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla?” “Perder la vida” es arruinarla, frustrarla, acabarla sin haber captado su propósito; “recobrarla” es lograrla en plenitud.

La amenaza principal al sentido de vida es la muerte. La certeza de que moriremos pone en cuestión todo lo que hagamos y la motivación para realizarlo. Hoy está muy difundida la convicción de que realidad es lo que cabe en el espacio y el tiempo.
Lo que excede ese horizonte es ficción y pertenece a lo imaginario que existe solo en la cabeza de quien lo piensa. Esa cosmovisión domina en ámbitos académicos, en los medios de comunicación creadores de la cultura contemporánea, en la vida práctica de cada día. En nuestra cultura se procura hablar de la muerte lo menos posible y disimularla cuando es inevitable. La muerte, como término definitivo de la vida, plantea la pregunta de qué grado mínimo de bienestar será necesario para que valga la pena vivir o para tomar la decisión de adelantar su fin. Pues solo el bienestar que procede del trabajo, del cariño familiar, de la salud corporal, de los logros, del legado histórico puede justificar que uno quiera continuar viviendo una existencia que inexorablemente acabará con la propia aniquilación producida por la disolución del sistema fisiológico que nos mantiene vivos.

' El evangelio es respuesta a ese gran enigma del sentido de la vida.

Mario Alberto Molina

Frente a este mal, el evangelio de Jesús abre un horizonte que rompe el cerco de la realidad definida por el tiempo y el espacio. Por supuesto, el evangelio de Jesús debe demostrar su credibilidad; no es este el lugar para hacerlo, pero la tiene. Me interesa señalar que el evangelio cristiano se presenta en primer lugar como respuesta a ese gran enigma del sentido de la vida que acaba con la muerte. Para ello, Jesús hace referencia a otra realidad sobre el tiempo y el espacio, que es Dios, origen y meta de todo lo que existe. Él mismo se presenta como vencedor de la muerte por su resurrección y la ofrece a quienes se unen a él por la fe y los sacramentos. Jesús invita a sus seguidores y creyentes a vivir esta vida temporal en función de alcanzar la plenitud de vida en Dios desde ahora y más allá de la muerte. De modo que la pregunta ya no es cuál es el mínimo bienestar que justifique seguir viviendo, sino cuál es la conducta que me hace idóneo para recibir de Dios la victoria sobre la muerte.

Y esa pregunta está vinculada al otro mal que afecta a toda persona: la labilidad de la libertad. Nadie está programado ni tiene su vida prescrita. Debemos tomar decisiones y actuar, construir nuestra biografía y contribuir a la construcción de la sociedad. En el proceso nos equivocamos, somos irresponsables y en la búsqueda de intereses inmediatos a veces actuamos de manera que en vez de construir dañamos cuanto nos rodea y hasta nos destruimos a nosotros mismos. Cuando tomamos conciencia y queremos cambiar, ¿quién es capaz de “resetearnos” para comenzar de nuevo sin que el pasado negligente hipoteque el futuro? Jesús, muerto en la cruz por nosotros, ofrece de parte de Dios el perdón gratuito fruto de su amor capaz de renovar a quien se convierte y cree en él. El perdón de Dios es capaz de purificar la libertad y habilitarla para construir una vida con sentido y propósito, orientada a la plenitud.

Victoria sobre la muerte y perdón de los pecados son la oferta de sentido y salvación que Jesús ofrece a quienes creen en él.

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