CIVITAS
¿Y los campeones en la defensa de la libertad?
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, hace un poco más de setenta años, gran parte de Europa se encontraba en ruinas. Regímenes totalitarios habían surgido alrededor de varias partes del mundo, y paralelamente declinaba el goce de su libertad de sus ciudadanos.
' Las intenciones originales que se tuvieron al emitir la Declaración Universal de Derechos Humanos han sido olvidadas.
Rudy Villatoro Molina
En 1948 varias naciones del mundo, buscando el fin de los actos atroces que regímenes totalitarios cometían y la defensa de los derechos inalienables e inherentes de todo ser humano, emitieron la Declaración Universal de Derechos Humanos. Se reconoció que el Estado no crea derechos, por lo que tampoco puede quitarlos, pues son inalienables e inherentes a la dignidad de todas las personas.
Se tomó como base el nunca más permitir que los gobiernos tuvieran un poder ilimitado, nunca más permitir que los Estados pasaran sobre los derechos fundamentales de sus ciudadanos.
Pero hoy, muchos de los derechos que fueron reconocidos hace poco más de setenta años han sido limitados y distorsionados. Las intenciones originales que se tuvieron al momento de emitir la Declaración Universal de Derechos Humanos han sido olvidadas, y no se vislumbra un líder en la defensa de los derechos básicos de todo ser humano, un campeón que defienda el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad, ni en Occidente ni en ninguna parte del mundo.
Las amenazas a nuestras libertades son reales, no latentes sino patentes. Amenazas a nuestra libertad para profesar una fe y vivir según nuestras propias convicciones, a nuestra libertad para trabajar según nuestras propias creencias, a la libertad de los padres para educar a sus propios hijos según lo que ellos creen que los hará mejores personas y ciudadanos, a la libertad de cada persona para buscar su felicidad y trazar su propio proyecto de vida.
A Estados Unidos, aquel faro de la libertad, hace algún tiempo dejó de importarle. Dos casos recientes han sonado en los últimos años: el primero el de un pastelero, Jack Phillips, que ofreció venderle a una pareja del mismo sexo cualquier pastel que ya estuviera hecho para la celebración de su matrimonio, más no cocinar uno específicamente para ello; el segundo el de una florista, Barronelle Stutzman, quien ofreció venderle a un su amigo y exempleado cualquier arreglo de flores que ya estuviera hecho para la celebración de su matrimonio con su pareja del mismo sexo, más no hacer arreglos específicamente para tal evento. Ambos argumentaban que no tenían problema con servir y venderle a cualquier persona que entrara a su negocio, como de hecho se los habían ofrecido, pero no podían trabajar en un proyecto que implicara una violación a su conciencia, a sus creencias, a su fe. Ambos fueron perseguidos por fiscales y juzgados por cortes en los diferentes Estados, hasta que finalmente los casos fueron llevados a la Corte Suprema, quien falló en favor ambos.
Personas como Jack y Barronelle, y las asociaciones civiles que estuvieron detrás de su defensa legal, son, el día de hoy, esos campeones de la libertad a los que me refería unos párrafos atrás. Ciudadanos comunes que no buscan protagonismo, fama ni poder. Personas que estuvieron dispuestas a perderlo todo con tal de no comprometer su consciencia, su libertad, y es gracias a personas como ellos, que nosotros y futuras generaciones, podemos seguir gozando de nuestros derechos.
Pero dos golondrinas no hacen verano, nos corresponde a todos ser quienes día con día con nuestras acciones, velemos por la defensa de la libertad.