LA BUENA NOTICIA
Corrección fraterna
Jesús propuso a sus seguidores la práctica de la corrección mutua, con el fin de que se ayudaran unos a otros en el logro de la rectitud moral y la salvación final. En Israel había sido ministerio de los profetas denunciar al pueblo sus pecados y convocarlo a la conversión. La enseñanza de los maestros de la Ley también tenía una componente moral. En las comunidades cristianas, la enseñanza sobre temas morales ocupa buena parte del ministerio de los ministros. Pero Jesús propone la corrección privada de una persona a su prójimo, como un ejercicio de la caridad hacia el hermano. La objeción del “no te metas en mi vida y en mis cosas” es ajena al modo de ser cristiano.
Jesús también enseñó aquello de no juzgar al otro y de sacarse primero la viga del propio antes de limpiar la pequeña brizna en el ojo del prójimo. Pero esta enseñanza no significa que se debe suprimir todo juicio sobre la calidad moral de la conducta ajena. Quien tiene en su cabeza nociones de lo recto y lo justo, tiene criterios para evaluar si una acción propia o ajena se ajusta o no a esos principios morales. El juicio es siempre sobre los actos, porque sobre las intenciones solo Dios conoce. Jesús enseña a juzgar la conducta ajena con la conciencia de que uno mismo también es pecador. Por lo que el consejo, la corrección, se debe realizar, no desde el pedestal de quien se cree superior por presuntos antecedentes de impecabilidad, sino desde la humildad de quien se sabe igualmente pecador y necesitado también de consejo y corrección. La corrección fraterna resulta así un ejercicio en que personas pecadoras, falibles, limitadas, se ayudan mutuamente en el camino de la santidad moral.
Jesús propone una práctica en tres etapas. Primero el consejo y la corrección personal. “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano”. Pero Jesús conoce muy bien la condición humana y prevé la posible resistencia. Si ese hermano no te hace caso, hazte acompañar de dos o tres, para que el testimonio de otros testigos incremente la fuerza persuasoria. Y si aun así no hace caso, la comunidad de discípulos debe tomar cartas en el asunto. La Iglesia ha desarrollado a lo largo de los siglos los procedimientos para estas prácticas de corrección y hasta de enjuiciamiento de personas que cometen pecados graves y delitos públicos escandalosos. Y estas medidas, como son las excomuniones, tienen siempre el propósito correctivo de obligar a la reflexión y a la corrección, “para salvar al hermano”.
Uno se puede preguntar cuál es el móvil detrás de esta práctica. Y la única respuesta posible es que se trata del ejercicio de la caridad fraterna. Quien está convencido de que cada persona está llamada a la vida con Dios; de que cada persona vive su vida ante Dios, a quien debe dar cuenta de su conducta; de que a causa de sus acciones perversas e inmorales una persona puede acabar en lo que la Biblia llama condenación; tiene también la preocupación de ayudar a su prójimo a corregirse para cambiar el signo del desenlace final de su vida. Esta es una obra de amor y caridad.
La corrección fraterna es algo muy distinto de la crítica que busca destruir, humillar y sacar ventaja del error ajeno. La corrección busca, por el contrario, levantar, animar, motivar al prójimo para que cambie su conducta a mejor. Jesús la estableció como regla de vida para la ayuda mutua entre sus discípulos y para la búsqueda del bien y la paz en la Iglesia. Eso no significa que sea fácil realizarla, ni siquiera que sea práctica generalizada. Pero es una propuesta sabia que tiene utilidad incluso fuera del ámbito eclesial.
mariomolinapalma@gmail.com