LA BUENA NOTICIA

Cuerpo y Sangre de Cristo

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“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final” (Jn 6,54) es una de las expresiones centrales pero más complejas de Cristo, más aún en sentido negativo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6, 53). Cierto: eso sonó a “antropofagia” (=comer seres humanos) a sus contemporáneos, quienes “lo abandonaron en masa” (Jn 6, 60) siendo sin embargo, algo otra vez afirmado y “establecid” en la Cena, como lo dirá la Buena Nueva de este mañana: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. Y es que toda la Fe cristiana es intensamente “corporal”: la Palabra eterna de Dios (Jn 1, 1) “se hizo carne” (en griego “sárx”), sudó, lloró, trabajó con sus manos, derramó sangre y fue “atravesado con una lanza” (Jn 19, 5ss). La expresión “carne y sangre” (sárx y haima = sangre) en el lenguaje bíblico son “la persona total, viva, presente” no la persona en sus “ideas, ideales, ideologías” o un fantasma.

El rechazo a un “Dios presente en la carne” resulta conveniente a quien prefiere un Dios etéreo, sin una corporalidad ante la cual haya que asumir responsabilidades, pues él mismo dice: “Lo que hicieron a uno de mis hermanos más pequeños conmigo lo hicieron” (Mt 25,40). “Hay quienes conciben una mente sin encarnación, incapaz de tocar la carne sufriente de Cristo en los otros, encorsetada en una enciclopedia de abstracciones.

Al descarnar el misterio finalmente prefieren «un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo» (Papa Francisco, en Alégrense y exulten 37). Afirmar que la Eucaristía “sea presencia real” es tan duro que el mismo M. Lutero hace 500 años trató de salvarla pues se perdía rápidamente en la “Reforma” afirmando: “Si alguno me dice que el pan de la misa viene a ser el mismo que vende el panadero, me quedo con el Papa” (Discusiones de Magdenburgo, 1539).

Dado que la “encarnación de lo divino en lo humano” es contundente e irreversible en la Biblia, la celebración de Corpus Christi tiene consecuencias: 1) El cuerpo humano es el escenario de un encuentro no de células inteligentes, que “por casualidad o inercia” forman un “bodoque” que se puede abortar: el misterio de la carne/sangre humanos va más allá del análisis de hemoglobina, leucocitos, etc.: la persona “es en la carne y no sin ella”, pues no es un “espíritu desencarnado”; 2) La caridad cristiana se avoca a lo que sucede “no solo en carne”, pero tampoco se realiza fuera de ella: “la carne es el eje y lugar de la salvación” (Tertuliano, 160-220 d.C.): la prohibición de la tortura, del abuso, la lucha contra la desnutrición y la experimentación veterinaria en seres humanos —como hacían tristemente los médicos de A. Hitler y hoy los “genetistas avanzados”— piden un frente de defensa de la vida ante quienes “prefieren salvar las especies animales en peligro de extinción” y votar a favor del aborto o sea del “genocidio infantil”; 3) El paso de la “procesión con el Santísimo” por las calles de ciudades violentas, de rapiña, de extorsión, ecológicamente en “estado grave” debe hacer recordar que “ese Cuerpo y Sangre” verdaderos y no “puro recuerdo” llevan a un compromiso social claro para que estos escenarios sean habitables y acordes a la dignidad de la persona humana.

Que aquella que llevó en su seno la persona total —cuerpo y sangre— de Cristo ayude a vivir esta celebración con la intensidad de quien cree, sigue y testimonia al Dios cuyo “Cuerpo” alimenta y dignifica todo cuerpo.

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