LA BUENA NOTICIA
Dar esperanza como P. Aplás
“Por último, salió también al caer la tarde y encontró otros que estaban todavía en la plaza y les dijo: “¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?”… “Porque nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña”. Es esta una escena de la estupenda parábola del Evangelio de mañana, donde un extraño patrono, contra toda lógica mundana, busca y contrata y termina pagando a sus trabajadores más allá de lo “justo” con el único argumento de que “él es así, generoso”.
La historia revela el rostro del Dios de Jesucristo, quien es “justo y misericordioso” —dos adjetivos inseparables, por favor— pero sobre todo, como el propietario de la parábola, “capaz de tener un corazón compasivo” ante la desventura humana del desempleo, de la pobreza y altas tasas de criminalidad que ello conlleva. Ciertamente, Jesús dibuja a los que “en la última hora de la historia” son hechos parte del Reino de Dios —los pueblos no judíos, etc.— y cuenta la historia de su Padre: un “Dios sorprendente” que no calcula sino ama más allá de los méritos” (Papa Francisco).
Sin duda en el corazón de aquellos desempleados, el ocaso y la vuelta a casa con las manos vacías era un destino duro e inexorable, pero, he aquí que hay “Uno que crea esperanza y pasa llamando cuando la sombra de la desilusión parece cerrar la jornada”. La Iglesia de “ese Dios diferente” —si es una auténtica “presencia suya en el mundo”— debe imitarlo: dar esperanza a las situaciones humanas que en la lógica mecánica de la ganancia, de la venganza o del inventario de los méritos deja lugar a pocos. Esa esperanza no es la “utopía adormecedora de las conciencias” de muchos superhombres y supermujeres de un horizonte sin Dios: ellos proponen el “sálvese quien pueda y viva quien lo logre”. Es la esperanza que se funda en propuestas concretas donde “el agraciado es también sujeto activo de los logros sociales”: no dice “quédense acá y les traigo el denario”, sino “vayan también ustedes a trabajar a mi viña”.
En otras palabras: 1) Puesta en el mundo para ayudar a construir el Reino de Dios, la Iglesia “se acerca” a los desesperanzados —“sale” en palabras del Papa Francisco— que abundan en economías frágiles pero también en ambientes atemorizados por la impunidad, la inoperancia de la justicia, la corrupción de la misma, el “eterno retorno” del mal en tantas formas; 2) Dar esperanza supone “sensibilidad” no ideológica, sino humanitaria ante las desdichas de los que “no ven salidas posibles”; 3) Dar esperanza, es en fin, suscitar fortaleza: “Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes” (K. Gibran, 1883-1931). Que este septiembre 2017 de tantas expresiones esperanzadas por una “Guatemala distinta” (Mons. J. Gerardi, 1922-1998) encuentren eco no en ciegos mecanismos de argumentación que tuerzan la ley y desoigan no un “reclamo de pocos”, sino la aspiración de muchos: que haya conversión, renuncia a cargos muy necesaria, y en todo momento, superación “del amor al dinero, raíz de todos los males” (1Tm 6,10) que lleva a “corromper” las instituciones que aún pueden salvar su honor y su misión si con acciones valientes saben “dar esperanza”.
Hoy precisamente, en Oklahoma, la Beatificación del P. Aplás (F. Stanley 1936-1981), martirizado “por amar de corazón y dar esperanza a los más pobres”, ilumina la tierra guatemalteca: sí, hay quienes se dejan a sí mismos y “pasan aún en el ocaso de la ilusión” para levantar el ánimo de sus hermanos. Beato P. Aplás, ruega por nosotros. Amén.